Según Timothy E. Hullar, un otorrinolaringólogo y profesor asistente en la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en Saint Louis, la respuesta es la siguiente:
El sonido puede llegar al oído interno a través de dos caminos separados – aire y hueso -, y cada camino a su vez nos hace oír lo que percibimos de forma diferente. El sonido por aire se transmite desde el entorno circundante a través del canal auditivo externo, el tímpano y el oído medio hasta la cóclea, la espiral llena de líquido en el oído interno. El sonido transmitido por el hueso llega a la cóclea directamente a través de los tejidos de la cabeza.
Cuando hablamos, la energía del sonido se dispersa por el aire que nos rodea y llega a la cóclea a través del oído externo por conducción aérea. El sonido también viaja desde las cuerdas vocales y otras estructuras directamente a la cóclea, pero las propiedades mecánicas de la cabeza mejoran los sonidos profundos y con menor frecuencia de las vibraciones.
La voz que se escucha cuando hablas es la combinación del sonido que te llega por ambas rutas. Cuando uno escucha una grabación de sí mismo hablando, la vía ósea del sonido de nuestra voz que llega al oído desaparece, y se oye sólo el componente aéreo, son las mejoras en el sonido de nuestra cabeza.
Podemos experimentar el efecto contrario al ponernos tapones para los oídos para que se escuche sólo el sonido que llega al oído a través del hueso.
Algunas personas que padecen anomalías del oído interno tienen tansa sensibilidad transmitda por el hueso que el sonido de su propia respiración se vuelve insoportable, e incluso pueden escuchar sus globos oculares moviéndose en sus órbitas.
En Scientific American