UN CALENDARIO MUY ESPECIAL

Muchas personas sólo han tenido relación con el Zodíaco a través de los horóscopos que se publican en diarios, revistas, en la radio o la TV. No puede asombrarnos, entonces, que su valoración de la astrología sea a menudo negativa.

Por eso quiero aquí enfocar la atención del lector no en la astrología, ni en los astrólogos, sino en esa creación milenaria que hallamos en culturas tan diferentes como la azteca, la hindú, la egipcia y la griega: el zodíaco.

Una fácil explicación nos dice que el zodíaco es un calendario, elaborado para organizar los trabajos agrícolas o las fiestas religiosas.

Sin duda esto es cierto en alguna medida; pero ¬¬¿es suficiente? Por el contrario, pensamos que el zodíaco es mucho más que un calendario, y explicaremos porqué.
Decíamos que el zodíaco es también un calendario, porque coincide con el año: los 12 Signos son muy semejantes a nuestros 12 meses, sólo que contados desde el 21 de marzo (equinoccio de primavera en el Norte y de otoño en el Sur).

Lo interesante es que un año, cualquiera sea el día que se tome como inicio, es un ciclo. Y en esta carácterística se halla la clave de la importancia que tiene el zodíaco como instrumento de comprensión de la vida.

Un ciclo es un proceso temporal recurrente, es decir: tiene un comienzo y tiene un final.
Un ciclo se diferencia claramente de un proceso lineal homogéneo e indefinido, que es como tendemos a pensar actualmente el tiempo.

Un ciclo es el trazado de un círculo. Si trazamos un círculo –si lo vivimos- los momentos de ese trazado no son homogéneos, no es lo mismo comenzar a trazar el círculo, estar en la mitad o estar terminando e trazarlo. La diferencia entre el ciclo y la línea recta homogénea se aprecia cuando se trazan una y otra. Trazar quiere decir aquí: vivir, protagonizar.

Además, el final de un ciclo es, a la vez, el comienzo del siguiente.

Ahora bien, si observamos con paciencia a nuestro alrededor veremos que existen innumerables ciclos. Por ejemplo: el proceso que va de la semilla al fruto (para volver a la semilla); el ciclo menstrual en la mujer; el ciclo del día y la noche; los ciclos económicos; los históricos, el ciclo de la circulación de la sangre, etc., etc. Cada cosa traza sus ciclos.

En realidad, pronto nos daremos cuenta de que el mundo es un entramado de ciclos. Son innumerables.

La utilidad del zodíaco se basa en este hecho evidente: todo lo que ocurre en este mundo puede verse como un ciclo o como una parte de un ciclo.

Una de las características más interesantes de los ciclos es que los podemos dividir en tantas etapas o fases como nos convenga, (como hacen los almanaques actuales con los meses, las semanas o los días, por ejemplo). Que lo dividamos en 12 etapas es irrelevante; podrían ser 20, 36, 8, etc. Eso no importa y depende de los fines que nos propongamos.

Lo que sí importa, en cambio, es que podamos cualificar o caracterizar lo más rigurosamente posible cada una de las etapas.

Eso es lo que diferencia al zodíaco respecto de nuestros actuales calendarios. Para el almanaque común cada día es igual a otro, cada mes a otro mes, cada semana a otra semana, etc. El calendario actual es un instrumento esencialmente cuantitativo: sirve para saber en qué momento del año, del mes o de la semana nos encontramos; pero no para conocer cual es la cualidad de ese momento (excepto en lo clímático). Que hoy 20 de Julio no nos dice mucho sobre el significado cualitativo del día (apenas, que puede ser un día frío), sólo nos indica su significado cuantitativo. En el almanaque, por más que busquemos, no encontraremos ninguna respuesta a las preguntas sobre el sentido de nuestra existencia.

En cambio, lo que convierte al zodíaco en algo mucho más poderoso que un calendario es que cada etapa se halla cualificada con precisión y profundidad. Una vez cualificadas las etapas, podemos usar el zodíaco como un instrumento para comprender lo que nos pasa. En efecto, bastará encontrar en qué etapa estamos de nuestros ciclos, para entender el significado de lo que nos ocurre.

Esa es una de las tareas que realiza la verdadera astrología.
Esta visión nos permite comprender que los Signos del zodíaco no son sino, simplemente, los nombres simbólicos que les damos a las distintas fases del ciclo. Así, el nombre “Aries” (o “El Morueco”), que le damos al primer “Signo”, es sencillamente un recurso para evocar más fácilmente las cualidades o características que tiene la primera etapa de cualquier ciclo.

Para decirlo simplemente: los moruecos (carneros machos reproductores) se comportan de una manera que nos recuerda lo que ocurre cuando se está iniciando un ciclo: hay mucha intrepidez, arrojo, fuerte impulso para lanzarse a la aventura, deseo de fecundar, etc.

“Tauro” (o “El Toro”) en cambio, nos hace recordar la segunda fase de cualquier ciclo: cuando el ímpetu inicial se encuentra con la tradición de lo ya logrado en la historia exitosa de la vida y tiene que modificar y dejarse modificar para continuar avanzando; por eso una prudente lentitud toma el lugar de la intrepidez en las decisiones, etc. Y debido a ello asociamos simbólicamente al Toro con la segunda etapa.
Y así con todas las fases o Signos.

Esta comprensión del Zodíaco lo coloca en su justo lugar como un instrumento de conocimiento cuya trascendencia y necesidad comienza a ponerse lentamente de manifiesto en nuestros días.


Jorge Bosia