Amantes viene de amor y alude a quienes se aman. Pero para ser un amante en propiedad: ¿habrá que saber cómo hacer el amor?
La expresión “hacer el amor”, fatalmente derivada del inglés “make love”, se ha convertido en un sustituto de toda otra expresión castellana. Con las disculpas del caso, voy a utilizarla para hacer referencia al encuentro sexual en pareja, entre otras cosas, porque no se me ocurre ninguna otra expresión local equivalente que no genere reacciones pudorosas.
Y si hay que saber como hacerlo ¿En que escuela se enseña? Una visión tan difundida como errónea presume que la sexualidad es instintiva, natural y completa, y que basta con poner juntos a un hombre y una mujer para que ellos descubran las maravillas del sexo en pareja al mejor estilo del filme “La laguna azul”; grave error, porque lo natural está totalmente moldeado por la cultura en la que nos tocó vivir y formarnos. A medida que los seres vivos ascienden en la escala evolutiva mayor es el papel que cumple el aprendizaje en el modelado de las conductas, es por ello que el sexo puede y debiera ser enseñado y aprendido, es una habilidad que de ningún modo es innata sino adquirida.
Algunas personas pueden opinar que las habilidades sexuales se desarrollan naturalmente desde la infancia a la adultez, pero lamentablemente no se ha descubierto aún ningún gen en el cual se depositen una serie de informaciones que permitan ser eficaces a la hora de amar. Como la mayor parte de las conductas humanas estas son modeladas a través de un proceso de aprendizaje.
Las madres de las mujeres chinas les obsequiaban a sus hijas que se iban a casar los llamados “rollos de alcoba”, que consistían en atinados consejos escritos para desenvolverse en la situación sexual. Mencionados en el siguiente poema chino cuyo origen remonta al siglo II.
He limpiado la almohada y la estera de tu lecho,
y he llenado el incensario con incienso exquisito.
Cerremos el doble cancel con su candado de oro,
Encendamos la lámpara para que inunde con su luz la habitación.
Me quito mis ropajes y remuevo el polvo y la pintura,
y despliego el rollo de imágenes que está al lado de la almohada.
Tomaré por instructora a la Joven Sencilla,
para que podamos practicar abigarradas posturas,
aquéllas que un marido común haya visto pocas veces,
aquéllas que T’ien lao enseñó al Emperador Amarillo.
Ningún gozo podrá compararse con los placeres de esta primera noche,
Que serán inolvidables, aunque hayamos alcanzado la vejez.
En Africa, las ceremonias de iniciación de los púberes incluyen danzas eróticas que son ejemplos de posiciones, caricias y actitudes durante la relación sexual. En el ámbito americano y la época precolombina existió dentro la cultura Chimú gran cantidad de estatuillas llamadas “huacos” que muestran a hombres y mujeres, excepcionalmente también a parejas de hombres durante la relación sexual. Puede suponerse que uno de los propósitos de estas estatuillas era estrictamente educativo.
En el mundo oriental, textos como el Kama Sutra, El Ananga-Ranga o El jardín Perfumado, acompañados de delicadas ilustraciones, prometían un mundo de placeres a los Jeques, Califas y Sultanes, que recorrieran sus páginas.
En Occidente los manuales sexuales se iniciaron en Roma, desde que el poeta Ovidio pergeño su Arte de amar; de allí en más la sabiduría sobre los cuerpos se acumuló, aunque durante cientos de años fue ocultada y negada por una tradición religiosa dominante que veía al cuerpo como el depósito de la concupiscencia y la lujuria, del que más valía alejarse o por lo menos justificar todo contacto por una finalidad reproductiva: “No lo hago por placer, sino por amor a Dios” era la consigna de las uniones maritales.
Tal restricción tuvo algunas consecuencias más bien nefastas para la moral colectiva, porque el sexo placentero y pasional se constituyó en sinónimo de extramarital; condenado, pero ejecutado en los espacios cómplices de la obscuridad, el silencio y el pecado.
La apología máxima de la idea de que solo en un amor adúltero era posible la pasión amorosa tuvo lugar alrededor del siglo XII en la cultura cortesana de una cierta región francesa, que legó a la posteridad un delicado y detallado manual amoroso donde se describen las reglas y condiciones del “amor cortés”. No es un manual sexual propiamente dicho, porque no hay allí detalles específicos de la unión sexual, pero si de las condiciones que la harían posible. Y de los caminos que debían ser recorridos para alcanzar el amor de la dama en cuestión.
No todas las expresiones eróticas de la edad media eran tan sutiles, sino que también circularon materiales sexuales explícitos, de dudosas, pero efectivas virtudes pedagógicas. En el Renacimiento se produce una verdadera explosión de erotismo visual y literario, cuyas manifestaciones más explícitas retoman la tradición griega y romana. Cerca del año 1520 el artista italiano Giulio Pipi, conocido como Romano, hizo 16 dibujos eróticos, que tituló “Las posiciones”, que sirvieron como base a las historias eróticas del Aretino.
También surgen los textos erótico-satíricos de Bocaccio, quien en su Decamerón, marcó un hito en el relato de escenas amorosas y también de las habilidades requeridas para lograr el placer sexual. No es casual que en sus obras, la torpeza o la falta de interés masculino, casi siempre era la causa de la infidelidad de la mujer.
El interés de ofrecer lecciones sobre como comportarse adecuadamente en la cama ha sido una constante en la literatura erótica, llegando al clímax en las Memorias de Casanova. Un esforzado y obsesivo cronista de su propia vida amorosa.
De allí en adelante, a medida que los científicos ocupan el lugar de los artistas, la aridez conceptual reemplaza a la poesía; los manuales sexuales se disfrazan de seriedad y pontifican sobre la normalidad de la función sexual, su frecuencia, sus características, hasta transformar los textos en un bostezo crónico, textos que desde la década del 50 han circulado profusamente, y que cumplen una autodesignada función pedagógica. Y la siguen cumpliendo, si nos dejamos guiar por la cantidad de libros que prometen convertir a hombres y mujeres en amantes insuperables en 12 lecciones teóricas. Estos libros han cambiado desde el clásico manual de Van de Welde, un médico que a través de su libro La pareja perfecta enseñó como tener relaciones sexuales a más de una generación, pasando por el conocido Técnicas sexuales modernas, que todavía circula, o el más atrevido (para su tiempo) El juego del sexo, donde Alex Confort animaba a las parejas a liberar sus impulsos en forma planificada dentro de la venerable institución marital, que se constituye desde los tiempos modernos en el lugar donde debieran unirse obligaciones, amor y placer.
Así, aunque las habilidades sexuales no son lo que se dice “naturales”, tampoco se crea un gran amante repitiendo recetas de memoria o intentando copiar las imágenes de un video porno. Eso en el mejor de los casos culminará una actividad mecánica desprovista de encanto y seducción, como las parejas que al bailar repiten pasos aprendidos en lugar de dar rienda suelta a su capacidad de improvisación.
Los medios de comunicación y los filmes también ocupan su espacio de educadores, mostrando sus ideas sobre las formas de dar o recibir placer. De modo que las personas van acumulando información por distintas vías. Familia, amigos, escuela, libros, revistas, filmes, juegos eróticos, hasta que llega el momento de la experiencia concreta que inicia el camino del aprendizaje sexual. Algunos se convertirán en expertos mientras que otros seguirán repitiendo las letras elementales de un silabario poco aprendido.
Sin duda que resulta difícil separar a los/las buenas amantes de los que no lo son, es por ello que la mejor información proviene de las propias personas, así que me tomé el trabajo de interrogar a algunos varones y mujeres acerca de que se considera un buen amante:
Ellos respondieron:
Una mujer que excite.
Que sepa mostrar su deseo por ellos.
Que no tenga trancas.
Que entregue “todo” su cuerpo.
Que tenga orgasmo simultáneo con ellos.
Que sea… un poco loca.
Que diga palabras, cosas, durante la relación sexual.
Que sea muy activa.
Que acepte relaciones frecuentes.
Que le gusten las variaciones sexuales.
Que sea geisha.
Mientras que ellas respondieron:
Los que no presionan como babosos.
Los que saben jugar y hacer sentir que tienen todo el tiempo del mundo.
Los que seducen, aunque una sepa que igual todo va a terminar en la cama.
Los que dicen cosas dulces mientras hacen el amor.
Los que muestran pasión y cariño juntos.
Los que son sensibles y tiernos, pero también saben ser bien masculinos.
Los que no son rutinarios y aburridos.
Los que hacen sentir cosas inesperadas.
También hubo quien afirmó que: “no hay buenos o malos, es una cuestión de química”.
Dentro de esta situación de encuentro sexual, que la mayor parte de las personas sienten como pilar fundamental para una relación armoniosa, pueden enumerarse una larga lista de aciertos y desaciertos que favorecen u obstaculizan el placer de la relación.
Las experiencias muestran que en definitiva no existen guiones para hacer bien el amor, porque las personas difieren entre sí, de acuerdo a sus gustos y preferencias. Las únicas normas universales parten de la consideración, la creatividad, la capacidad de humor y de juego, y también la capacidad de hacer coincidir los deseos y fantasías mutuas. Sin embargo vale la pena acotar algunas claves:
1- Sensibilidad y captación de los deseos del otro.
2- Tener el suficiente egoísmo para demandar la satisfacción de los propios deseos y la suficiente generosidad para satisfacer los deseos del otro.
3- Vivir la relación erótica en ritmo de bolero o de salsa, dependiendo de las circunstancias.
4- Amar como si esa fuera la última vez, o la primera.
5- Usar el propio cuerpo como un instrumento de placer, sin temor o inhibición.
6- Hacer cosas inesperadas, locas o sublimes.
7- Hablar, susurrar, gritar o aullar para que el otro se entere de la pasión que convoca el instante erótico.
8- Comunicar que se requiere para alcanzar la plenitud.
9- Ser pedagógico, mostrando al otro los puntos más sensibles del propio cuerpo.
10- Estar atento a cualquier signo de desconcentración.
11- Jugar, jugar y jugar.
12- Expresar emociones y facilitar que el otro las exprese.
13- Ser tierno y apasionado al mismo tiempo.
14- Seducir románticamente generando climas que favorezcan el acercamiento y el deseo.
15- Paciencia y control de sí mismo.
16- Espacio vacío para que las/los lectores agreguen sus propias ideas sobre el particular.
En la acera opuesta debieran ser ubicados los que se han especializado en ser amantes inadecuados, los que “matan las pasiones”.
Me he permitido sintetizar algunas situaciones que, definitivamente, dan muerte a la pasión. Si usted se reconoce en una o más (ojalá sea en pocas), ponga más atención, porque de seguro está generando el camino hacia una pareja infeliz.
El primer error: Se deja al sexo como última opción en la vida cotidiana, después de una larga jornada laboral, o luego de haber realizado todas las tareas agotadoras que implican la atención del hogar y de los hijos. Al final del día, casi extenuados, ambos suponen que están en condiciones de iniciar una actividad amorosa con el tiempo y la dedicación que ella merece. Lo más probable es que esta situación conduzca a una escena breve y limitada. Tanto en términos de tiempo como de calidad
El segundo error mortal reside en creer que la otra persona esta lista y preparada como un eco del propio deseo, y que basta con estar excitado, para que la pareja actúe en consonancia.
Tercer error. Se descuida el aspecto personal. Subidas de peso, ya no se baña los fines de semana, ni se lava los dientes todas las noches. Eligen la ropa más “cómoda” y vieja para estar en casa y le da igual comer con la boca abierta y dar rienda suelta a sus gases frente a su pareja. Además, se justifica todo esto diciendo que se lo hace porque se siente en confianza.
El cuarto error se basa en el don de la inoportunidad, lo cual equivale a proponer sexo en una situación que difícilmente lo permita, o sin tener en cuenta el estado emocional del otro. Luego de una discusión, por ejemplo.
El quinto error, se ejemplifica en el viejo dicho popular “dos cucharadas y a la papa”, lo que traducido significa que el juego erótico o las caricias son nada más que un prólogo breve a lo verdaderamente relevante, que es la acción sexual.
El sexto esta relacionado con la carencia de la intimidad suficiente para permitir a la pareja cierto grado de espontaneidad en sus movimientos y expresiones amorosas Ejemplo: Dejar la puerta de su dormitorio abierta, mientras los niños circulan por la casa, absolutamente despiertos y activos.
El séptimo: Se dice todo lo que se sabe perfectamente que no agrada a su pareja. Como comentar en una reunión social la baja frecuencia de sus relaciones sexuales.
El octavo: Se cultiva el don de la inoportunidad, que equivale a pedir, buscar o insistir en tener una relación sexual en aquellos momentos en que su pareja está ocupada, cansada o irritada.
El noveno: Se cree que el romanticismo es un hecho prescindible, o reservado a ocasiones especiales, y que poco tiene que ver con la actividad sexual
Ejemplo: Instaló un gran televisor en su dormitorio, uno con sonido estéreo que no apaga mientras busca un acercamiento corporal.
El décimo consiste en preocuparse más de sí mismo que de la otra persona, o a la inversa preocuparse más de la otra persona que de sí mismo.
El undécimo: Se suele hablar a su pareja de lo estupenda(o) que está una amiga(o) común, mientras deja deslizar algún comentario sobre el exceso de peso de ella o él.
El duodécimo: Se cuenta, con cierto tono nostálgico y soñador, algún recuerdo romántico de una ex pareja.
El décimo tercero: Se invita seguido a la mamá a pasar una temporada breve en su casa. De preferencia se la ubica en una habitación lo más cercana posible a la que comparte con su pareja.
El decimocuarto: Cuando se sale de vacaciones, siempre lo hacen con niños, nana, perro y se arrienda algo bien pequeño, con paredes delgadas como papel.
El decimoquinto: Si su pareja le pide algún momento especial, como salir a bailar, ir a un motel, se niega enfáticamente, mencionando la falta de dinero. Como alternativa, habla de lo divertido que es salir con amigos, sugiriendo que usted se aburre soberanamente cuando salen solos.
El decimosexto: El día del cumpleaños, santo o aniversario, se producen olvidos reiterados o se llega tarde y con cara de cansancio, mientras se dan vagas explicaciones sobre la falta de tiempo para encontrar un regalo adecuado.
El decimoséptimo: Jamás se realiza una actividad sin los niños.
El decimoctavo: En la cama se repiten siempre los mismos actos, bajo el principio de que si algo resultó bien alguna vez, para qué preocuparse por buscar innovaciones. Se representa entre aquellas personas que desarrollan su relación sexual como un acto solemne, y por ende carente de todo sentido de humor y regocijo.
El decimonoveno lo desarrolla quien interroga todo el tiempo a la pareja investigando como lo está pasando durante el evento.
El vigésimo, aunque debo reconocer que este es definitivamente estacional, reside en pretender un buen contacto corporal, mientras se está vestido como para un viaje al Polo Norte, gorro y calcetas incluidas.
El vigésimo primero: Solo se habla de sexo cuando se esta teniendo sexo.
Llegando al final de la historia, y luego del desenlace pasional, llega un previsible agotamiento, que depende claro está de la condición física de los participantes.
Aquí hay dos tipos de errores, los que cometen los que llamaré “comentaristas deportivos”, que evalúan el desempeño propio y ajeno, a los que sólo falta asignar una calificación numérica a la relación. O los que corren a lavarse como si hubiesen quedado contaminados por los fluidos y secreciones generados durante la relación sexual, antes de agradecer con un bostezo las atenciones recibidas, y dar vuelta hacia su lado de la cama, sin un gesto o una palabra cariñosa que represente la continuidad del afecto.
Una relación amorosa, es perdonando la comparación, como una cuenta corriente donde se efectúan depósitos y retiros, generando un saldo positivo o negativo alternativamente. Los hay quienes tienen la suficiente sabiduría como para estabilizar ambos. Mientras que otros miran los números deficitarios, con la suficiente soberbia de quien cree que todo está garantizado.
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