Aquellas caricias en lugares prohibidos, aquellos recuerdos de angustia y temor, perduran a través del tiempo en la piel y en la conciencia de quienes fueron abusados durante su infancia.
Las heridas emocionales que produce una persona que adopta el rol de abusador en un niño o niña no tienen cura definitiva.
La victima cargara con ese amargo recuerdo toda la vida, a veces envuelto de dolor, otras con vergüenza y culpa. Y cuando finalmente a través del tiempo se va juntando coraje para contarlo, muchas veces lo dicho no es creíble. Acontece como algo que cayo del cielo producto de una macabra y absurda imaginación, como una fantasía que nunca ocurrió. Y entonces aquello que latió tanto tiempo bajo la piel, a presión, con mucho dolor, cuando finalmente se expulsa no solo no produce alivio, sino que refuerza el sentimiento de sentirse abusado/a.
La no credibilidad es otro maltrato, otra falta de confianza que refuerza la desilusión, acentúa la desazón y el desamor. Y esto llega cuando el corazón ya esta cansado de intentar entender para poder perdonar. Y…a veces no se logra.
Una de las razones por las cuales estas experiencias de abusos no son tenidas en cuenta por los padres cuando sus hijos/as las cuentan después de mucho tiempo de ocurridas es la falta de comprobación de daño visible en la víctima. Otra razón es la actitud mezquina que asumen estos adultos al negar la cuota de responsabilidad sobre la protección y el cuidado que debieron asumir en los tiempos donde ocurrió el abuso.
Siempre hay que escuchar a los niños, niñas y adolescentes cuando transmiten sensaciones de disconformidad ante la proximidad de alguna persona. Tener en cuenta su percepción, considerar la lectura que hacen de los registros de las actitudes en los demás. Esta puede ser una manera de hacer prevención de situaciones de abuso sexual, y otras formas de explotación sexual.
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