De alguna manera intuimos que si la mente se detuviera, si pudiéramos pararla sin necesidad de que el devenir de la vida tenga que intervenir utilizando sus poderosos métodos y contundentes situaciones para obligarnos a efectuar tal detención, todo sería maravilloso. Cuando comprendemos este proceso decidimos declarar a la mente como nuestro enemigo principal e iniciamos una guerra sin cuartel a base de técnicas de concentración con el fin de detener su incesante actividad.
No va a ser esta la pretensión de la meditación. Por muy deseable que pueda parecer el detener la mente no va a ser lo que más nos interese. Más bien nuestro interés lo vamos a centrar en amplificar la consciencia. Porque la consciencia es anterior a los procesos mentales y a la propia mente. De este modo no será necesario invertir energía en intentar parar la mente (ni en matarla, como en alguna ocasión hemos llegado a oír y leer), sino que simplemente bastaría con comprender su funcionamiento. Comprender el funcionamiento de la mente es hacer nuestra la nuestra posibilidad de trascenderla, de ir más allá de ella. Y este sí es el objetivo de la meditación: buscar y encontrar la trascendencia a través de la expansión de la consciencia.
Una vez comprendidos los mecanismos de funcionamiento de la mente, ésta será aceptada y reconocida. A raíz de entonces podremos llegar a observarla de forma meticulosa para así poder apreciar todos sus vaivenes y desplazamientos.
Vamos a diseccionar la mente como un científico diseccionaría un animal para su observación. Podremos observar que se mueve como las olas del mar: surge un pensamiento, crece, alcanza su punto culminante de máxima agitación y, justo ahí comienza a perder fuerza hasta terminar diluyéndose. Y así constantemente. Observación tras observación es posible iniciar el proceso de desidentificación.
No hay que olvidar que los mecanismos de la mente son extraordinariamente sutiles. Hemos podido observar como la mente llegaba a silenciarse tras duros ejercicios de concentración para volver después a su frenética actividad con más fuerza que antes, si cabe. Es como si la mente comprendiese el trabajo al que está siendo sometida y terminara diciendo: – “¿Qué quieres?, ¿que pretendes? ¿que me calle durante una hora mientras meditas?. Muy bien, ¡pues me callo!”-. Pero, ¡ay! en cuanto suena de nuevo la campana que avisa el final del tiempo de meditación, la mente se reactiva mucho más revitalizada que antes mientras uno recuerda con añoranza y nostalgia el estado vívido del tiempo de silencio que ya pasó.
Por propia experiencia sabemos que intentar detener la mente es un esfuerzo tan penoso como inútil. Pero… también sabemos que permitir que la mente se aquiete es una posibilidad a nuestro alcance. No vamos a forzar nada. Tan solo vamos a permitir que las cosas sucedan. La mente terminará aquietándose y se silenciará de manera natural. Entonces nuestra esencia aflorará iridiscente y luminosa devolviéndonos nuestra verdadera naturaleza de ser.
Red Alternativa – Febrero 07