¿Cuántas veces nos perdemos? ¿Muchas? Demasiadas, diría yo.
Y cuando más sentimos la seguridad de encontrarnos, de saber a dónde vamos, quiénes somos y qué queremos, nos vuelve a suceder. El vértigo se activa y nos desdibujamos, por completo.
Y todo vuelve a comenzar. La ardua tarea de hacernos miles de preguntas, de olvidar el pasado, de aceptar las cosas que la vida nos pone enfrente y encontrarnos, en algún punto que, ciertamente, ignoramos.
Pero, después de perdernos varias veces nos damos cuenta que el perdernos no es una catástrofe, ni mucho menos, el perdernos puede llegar a ser la mejor forma de encontrarnos.
Piensen ¿qué hubiera pasado si se hubiesen quedado en el primer punto de encuentro consigo mismos? Sabrían tan poco de ustedes, se hubieran quedado con lo mínimo y hubieran dado por sentado tantas cosas.
El perdernos nos sacude, sí, pero también nos llena de hambre de cosas nuevas, de ganas de adquirir sabiduría y nuevos conceptos.
¿Qué tal que ahora en lugar de esperar a que la vida o las personas los pierda o les ponga las circunstancias propicias para que esto pase ustedes se pierden a sí mismos, por puro gusto?
Sí, un borrón total. Dejar de lado todo lo que creen que les gusta, lo que no, lo que les fastidia, lo que les enamora y darse la oportunidad de descubrirse como algo que nunca antes han visto. Pues, tal vez , lo que les gusta lo hace porque ya es una costumbre o porque tu mente ya aceptó que eso te gusta. Pero ¿qué tal que ya no? O ¿Qué tal que nunca te gustó?
¿Por qué no darnos el permiso de crearnos como un escritor crea un personaje? ¿Por qué no regalarnos la ventaja de ser un lienzo en blanco y escuchar de nuevo a nuestro cuerpo?
Propongo que se animen a perderse de una manera que nunca antes hubieran imaginado y que, por medio del amor, de una escucha y una alerta constante, le den a su cuerpo, sus sentido y a su mente una nueva oportunidad de reinventarse.
Tal vez lo que encuentren sea verdaderamente fascinante y se vean disfrutando de cosas que ignoraban que podría gustarles.
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