La noche del 7 de agosto de 1992 alcanzaron la gloria en el estadio olímpico de Terrassa. Lloraron e hicieron llorar de alegría y emoción a todo un país con la medalla de oro de hockey hierba y recordaron cómo empezó todo, seis años antes, cuando el seleccionador José Manuel Brasa las dejó solas y perplejas frente a una pizarra cuando les presentó tres alternativas: participar y jugar por diversión, entrenar y luchar por sólo un quinto o sexto puesto, o bien trabajar, arriesgar y competir por conseguir una medalla.
…el entrenador abandonó la sala, las dejó debatir las tres opciones y ellas se convirtieron en protagonistas de su propia historia. No fue un ordeno y mando, y con eso se garantizó el compromiso de las chicas… Así comienza un interesante artículo que leí un periódico.
Antes de seguir leyendo el artículo rápidamente vino a mi memoria el artículo nº 44 de nuestro AHORA SÍ, donde os contamos cómo, según lo que John McEnroe denominó como “el mejor partido de tenis de la historia”, la victoria de Rafa Nadal en Wimbledon comenzó a gestarse con la derrota que sufrió el año anterior.
Muchas veces, las personas que vemos la consecución de estos logros “desde fuera” nos sorprendemos al descubrir la cantidad de trabajo y esfuerzo que se esconde tras la consecución de una meta como esa y lo que verdaderamente movió a esa persona o equipo a luchar por conseguir su objetivo.
Al igual que en nuestras empresas, en nuestro día a día, la realidad no es muy diferente. Las empresas e individuos pueden marcar sus objetivos en base a tres niveles de compromiso:
1. Nivel de compromiso básico o nulo. Montamos el negocio a ver qué pasa, (a ver si suena la flauta)
2. Nivel de compromiso medio. Montamos el negocio con la idea y posibilidades de ir un poco más allá, pero a este nivel se identifica todavía mejor con la palabra involucrado, más que con compromiso.
3. Nivel de compromiso total. Montamos el negocio para ser líderes en el Mercado, planteando una estrategia correcta, teniendo un plan de negocio y con un compromiso total de tiempo, de recursos, disponibilidad,…)
Dependiendo del nivel de compromiso al que sometamos nuestras decisiones, así serán los resultados que obtengamos. “La lucha tanto en el deporte como el grado de implicación en la empresa es un símil de la vida a pequeña escala. La generosidad, el tener que dar lo que de uno se espera es uno de los valores que educan y que se adquiere en deportes de equipo. También los deportes individuales aportan valores a quienes los practican, como la seguridad en uno mismo, el compromiso individual, tener personalidad, sacrificio,…”, argumenta Xesco Espar, exjugador del Barcelona de balonmano.
Es comunmente reconocido que existen muchas personas y empresas que huyen de la forma de trabajo colectivo porque tienen miedo a sentirse prescindibles y tratan de fomentar que la gente sea dependiente (sobre todo de ellos). La consecuencia más habitual de esa estrategia es impedir que tanto el individuo como la organización crezca o que su crecimiento sea muy limitado porque no explotar todo el talento que podrían brindarle sus compañeros o colaboradores.
Para evitar esas situaciones, ya hay empresas que comienzan a valorar en sus procesos de selección como un valor añadido el haber pertenecido a un equipo deportivo de alto nivel, ya que más allá de los conocimientos que el trabajador puede aportar inicialmente, esa experiencia y cultura deportiva garantiza la potencialidad del individuo dentro del engranaje de la empresa.
No obstante lo anterior, no olvidemos que a veces, estamos tan metidos en el día a día de la rutina que no nos hemos parado a estudiar si dentro de nuestras empresas existe ese talento “latente “ y que no hemos sido capaces de explotar porque no lo hemos sabido identificar. Tan válido es aportar nuevo talento con nuevas incorporaciones como identificar y explotar primero el existente, lo que nos llevaría a una mejor optimización de los recursos propios.
¿Qué hacer entonces? ¿Cuál es la mejor fórmula a aplicar? ¿Buscamos primero dentro o “compramos e incorporamos” talento? Creo que es honesto partir de que no existe una fórmula magistral, pero si se consigue encontrar la motivación adecuada y generaramos un liderazgo tan compartido que al final dé igual quien sea el responsable que esté al frente, será un logro tal que dará a la empresa, a los colaboradores y a las metas un valor añadido y un potencial excepcionales.
Consiguiéndolo, aunaremos la fuerza del trabajo colectivo con la fuerza que impregna un líder para motivar al equipo, pero adicionalmente dispondremos de la posibilidad de que ese “empuje” del líder sea inagotable porque cada uno de los miembros del equipo sea capaz de asumir el rol de “líder” cuando sea necesario apoyar o suplementar al líder existente.
Bajo este prima es recomendabe que tanto nosotros como las empresas practiquemos “deporte”, tanto a nivel individual como colectivo, y que se use esa herramienta para reforzar cada pieza y así mejorar “el conjunto del grupo”. Los resultados a conseguir pueden ser tan espectaculares como los del equipo de hockey o los de rafa Nadal. El grado de planificación, actuación y compromiso será lo que determine finalmente la posibilidad de éxito.
© 2013 Modesto Crespo -
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