“Cuando aprendamos a estar frente a los demás no única y exclusivamente con nuestra mente atenta, lúcida, penetrante, sino también con nuestro corazón abierto y con una actitud cordial concreta hacia ellos será cuando descubriremos que les comprendemos más y más.
¿Deseamos amar y ser felices?¿Sí?
Bien, pues lo primero que le diría es que, a partir de este momento, dejemos de lamentarnos de las cosas malas que nos pueden suceder. Debemos dejar de quejarnos por el modo de ser de los demás. Dejar de preocuparnos por nuestro pasado o por nuestro futuro. Perdonar y olvidar de veras todas las injusticias de que hemos sido víctimas.
Ejercitar además el silencio. Así viviremos directamente de la substancia de nuestra conciencia, de nuestro ser, de nuestra existencia. Y gracias a esa toma de conciencia, a esa realización de nuestra substancia, aprenderemos a vivir desde ella.
Toda cosa en la vida está hecha de una substancia o, mejor dicho, de una triple substancia: de energía-amor-inteligencia. Cuando aprendemos a vivir de esa energía, de ese amor y de esa inteligencia en sí mismas, entonces realmente vivimos en la esencia, en la substancia de nuestro ser y de nuestro existir. Ya que toda cosa, toda circunstancia, todo acto, todo hecho, todo lo que existe, son modos, aspectos, manifestaciones y derivaciones de esa substancia.
El universo suspira para que seamos plenamente felices. Pero debemos comprender que realmente el amor y la felicidad no están a fuera, sino que entran por dentro, entran por el yo profundo, por el corazón interior.
Lo exterior es tan sólo el campo donde nos expresamos, exteriorizamos lo que llevamos dentro. En la medida en que damos el amor que hay en nosotros,, en ese mismo grado el amor y la felicidad crecerán.
Es una ley básica del crecimiento. Sólo crecemos en la medida en que damos, en que ejercitamos, en que exteriorizamos. El crecimiento no se produce nunca de fuera hacia dentro, sino de dentro hacia fuera”.
Antoio Blay