La empatía es una de las cualidades más valoradas en el día a día, personas que son capaces de ponerse en tu lugar, de entender o intentar comprender porqué estás pasando, de hacerte sentir menos solo y más acompañado cuando la alegría o el dolor aparecen en tu vida.
Los límites de la empatía
En muchas ocasiones nos encontramos con personas o pacientes que nos cuentan sus problemas y estos se conectan con algo de nuestra propia experiencia en nuestra vida personal.
Un error muy común cuando uno comienza a trabajar como psicólogo es que los límites de la empatía se pierden con la identificación, te puedes ver reflejado en los problemas del paciente y pierdes toda objetividad diciéndole al paciente o a la otra persona aquellas palabras que hubieras querido escuchar, dándole los consejos que crees que te hubieran servido. Pero lo que está ocurriendo es que te has quedado enganchado en tu propia historia en lugar de escuchar lo que dice el paciente, tenemos que tener especial cuidado en este punto.
Por esta misma razón, tenemos que tener en cuenta que cada persona es única y por tanto, la vivencia de un mismo hecho es absolutamente diferente en cada persona.
Por lo que un mismo consejo no tiene porqué ser válido para todos ni deberíamos de ofrecerlos, pues cada uno tiene que llegar a su propia solución de un problema único y personal, lo que no impide que les acompañemos en el proceso de encontrar la propia respuesta desde una postura empática y neutral.
Como decía uno de mis profesores “El mejor consejo, la peor bofetada”.
Claves para desarrollar la empatía
“No te preocupes”
¿Alguna vez te has dado cuenta de que solemos decir con mucha frecuencia la frase “no te preocupes” cuando alguien nos cuenta un problema”?
Cuando una personas nos está contando un problema y le decimos “no te preocupes” o “no pienses en ello” cuando está sumergido en su dolor o en su preocupación, lo que suele ocurrir es que dejan de hablar.
El “no te preocupes” es todo lo contrario a una invitación a continuar hablando, y el no pensar tampoco sería una solución, hay que aprender a pensar de una manera más sana, enfocado a una solución y no a un pensamiento rumiativo que sólo implica remover las heridas.
Olvídate de los prejuicios
Muchas veces los problemas que nos cuentan los pacientes o nuestros conocidos pueden chocar con nuestra ético o nuestra moralidad, hay que aprenden a mantener un lugar de neutralidad para poder llegar a la empatía.
Si juzgas a la persona que te está hablando, aunque no lo digas y sólo lo pienses, tu forma de escuchar o de responderle va a cambiar notablemente y va a influenciar en esa relación.
Si dejas a un lado esos juicios y escuchas a la persona por completo, lograrás comprender qué es lo que está ocurriendo, porqué hace lo que hace.
Respeta los tiempos de la otra persona
Para desarrollar una buena relación empática es importante que respetes los tiempos de la otra persona: procura no interrumpir el discurso de la otra persona para escuchar todo lo que dice, no te quedes enganchado a una parte del discurso porque entonces no escucharás todo lo que tenga que decirte.
Por otra parte, estate atento a los mecanismos de defensa que está utilizando la otra persona, la solución no es atacar sus defensas es respetar que las está utilizando para poder sostenerse dentro de los problemas que tiene, para poder continuar.
Responder empáticamente
Lo mejor que podemos hacer en muchas ocasiones es contener el dolor de la otra persona, escuchar y estar para esa persona, no sólo es estar en silencio, también es responder de una manera empática, demostrándole que la hemos escuchado y hemos comprendido por lo que está pasando.
Se puede hacer devolviendo el sentimiento principal que hemos captado, como “Entiendo que estás pasando por un momento muy difícil”, “Me imagino por lo que debes estar pasando”, “Veo tu tristeza y me imagino qué difícil tienen que ser para ti estos días”.
Este tipo de respuestas hace que la otra persona continúe hablando, se sienta comprendida y menos sola.
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