Busca en ti mismo la fuerza del propósito, la fé en la propia regeneración. Tu divinidad te espera, esfuérzate en hallarla y actualizarla.
Practica en todo momento la religión universal del bien, sin distinción de creencias, de clases, de partidos, de intereses, de nacionalidades, de razas, de reinos de la naturaleza.
Relega al olvido tus faltas y limitaciones pasadas para renacer con renovados estímulos a una vida mejor, entonces tácitamente serás merecedor de la invisible ayuda.
Practica la simpatía y adquiere el hábito del contento a través de todas las circunstancias. Decídete a realizar el leve esfuerzo de prescindir de los pequeños defectos.
Lucha con todas tus fuerzas contra la depresión, el tedio, y el mal humor.
Combate los métodos dominantes de actitud y grosería, e imponte la condición de ser amable con todo el mundo.
Procura dar todas las facilidades posibles a los demás, ayúdales a descubrir su camino más noble y a seguirlo.
Haz de la generosidad de pensamientos y acción tu ley silenciosa. Proponte firmemente no censurar a nadie, ni aún en pensamientos. ¿Qué sabemos de las verdaderas causas de los actos ajenos?. Esfuérzate por el contrario en comprenderles.
Adopta una divisa solaz de alegría a todas horas, entonces la luz oculta que guía al mundo, te la incrementará y te sorprenderás de los resultados.
Procura no autoexaltarte ni compadecerte, es decir, no pienses demasiado en ti sino con el fin de perfeccionarte.
Invoca la ceremonia como fórmula de salud integral de equilibrio del cuerpo y del espíritu, porque la armonía es la ley del universo.
Irradia con humildad tu mensaje viviente de belleza, de espiritualidad, de paz, en un mundo atormentado, materializado, desorientado. Él necesita de tu eficaz contribución, ofrécele tu mente positivizada, tu cuerpo puro, tu aura armoniosa, tu contentamiento radiante, tu fé sin límites en la bondad de la vida y en las leyes que conducen a un alto fin, la evolución humana.