La disyuntiva de HeraclesCuando el dios griego Heracles —al que los romanos llamaron Hércules— estaba pasando de la infancia a la adolescencia, cuando los jóvenes empiezan a ser maestros de sí mismos, y deciden si tomarán en la vida el camino de la virtud o el camino del vicio, salió y se sentó a meditar.
No sabía qué camino escoger y vio que dos mujeres se acercaban. Una de ellas era hermosa, llena de vida y con una expresión de franqueza. La otra se había pintado la cara para que su piel pareciese más blanca, deseando presumir de su belleza. La segunda se acercó a Heracles y le dijo:
—Veo que estás dudando sobre qué camino tomar en la vida. Hazme tu amiga, y yo te llevaré por el camino más fácil y más placentero. No dejarás de disfrutar ninguna delicia y vivirás una vida libre de sacrificios.
—Mujer, ¿cómo te llamas?— preguntó Heracles.
—Mis amigos me llaman Felicidad, pero quienes me odian me insultan con el nombre de Maldad— replicó la mujer que ofrecía tanta delicia gratuita.
La otra mujer se acercó luego, y así se expresó:
—No voy a engañarte hablándote del placer, sino que voy a explicarte la verdad de las cosas. Los dioses no dan nunca a los hombres nada noble y bueno, a menos que los hombres trabajen y se esfuercen.
—¿Cómo te llamas?— interrogó el joven Heracles.
—Soy la Virtud. Pero para mis enemigos me llamo la Exigencia.
Heracles se quedó sentado, perplejo y meditativo. ¿Qué elegiría? ¿La verdad o el placer regalado?
La primera mujer siguió hablando para demostrar que sus argumentos eran mucho más convincentes, y sus propuestas más fáciles de realizar. El placer, como promesa, era su mayor estandarte. La Virtud le replicó:
-¿Qué sabes tú de placer? No quieres hacer nada para ganar la bondad o la dicha. Ni siquiera esperas a sentir la necesidad de placeres, porque, antes de sentir ningún deseo, ya estás hastiada. Comes antes de tener hambre; bebes antes de tener sed.
Esta historia antigua me hace pensar en los tiempos actuales. Tan ansiosos estamos de placer que —como si sólo para ello viviéramos— comemos sin tener hambre, bebemos antes de tener sed, y el placer que creemos lograr, diluido en diversiones, alcohol, viajes al exterior, cosas, aparatos, poco tiene de lo que pretende ser.
En realidad solo disfrutamos de una ilusión de placer. Para obtener placer de algo hay que estar relajado, disponer de tiempo, sea para saborear una carne asada, un helado o una puesta de sol. Requiere una sensibilidad especial, que en principio reclama serenidad, y nosotros corremos demasiado.
Exigencia es la palabra clave, si queremos salirnos de tantos collares de cuentas coloreadas. Exigencia de crecimiento, de esfuerzo, de reflexión y, sobre todo, de sosiego. Sin paz interior, el placer está descartado. Así arribamos a la conclusión de que este siglo, por estar corriendo desesperado detrás del placer, lo desconoce. En cambio, sabe que tiene que correr, comprar, consumir. Lo tiene todo recetado. La publicidad le dice: "No pienses, que nosotros pensamos por ti. Ni siquiera te molestes en inventar el abrazo. Ya está inventado. Aquí, en la página 56 encontrarás el dibujo de cómo se debe abrazar".
Tristes placeres de los que se atienen a mandatos de la publicidad. Hoy, más libres que nunca, resulta que más que nunca estamos con el cerebro lavado, planchado, secado. Y cuando el placer que se te promete, finalmente no se da porque no se lo puede ordenar ni programar, aparece el mal del siglo: la depresión, que es el fruto de la decepción.
Fuente:
http://www.superacion-personal.net/pa68.html