Este humilde brasileño, carente de estudios y la formación precisa, era capaz de atender en su casa a unas trescientas personas en un solo día (suponiendo una larguísima jornada de 16 horas, dedicaba unos tres minutos por paciente). Según contaba, cuando entraba en trance, un tal doctor Adolf Fritz, qu e ejerció la medicina durante la Segunda Guerra Mundial, utilizaba su cuerpo para realizar las sanaciones. Pero lo más increíble eran sus técnicas y su "instrumental", compuesto de navajas, cuchillos y cualquier objeto capaz de realizar una incisión y que tenían un aspecto más bien poco aséptico, por no decir sucio. Y nunca produjo una infección. Ninguno de sus pacientes pareció sufrir dolor, a pesar de que nunca utilizaba anestesia y realizaba la cirujía de manera rápida y brusca. Este es el testimonio de uno de los innumerables testigos de la singular praxis de Zé Arigó:
En una ocasión salió de su salita rápido, y con gran violencia introdujo una navaja por la vagina de una paciente. Acto seguido realizó violentos movimientos que asustaron a los presentes. A pesar de no utilizar anestesia, la mujer no parecía sentir dolor. Segundos después extrajo una bola desagradable del tamaño de un pomelo, un tumor. Lo soltó en el fregadero y se sentó. Y comenzó a llorar
Sus detractores lo acusaron de intrusismo profesional, acarreándole una sentencia de cárcel. Pero su fama entre los ciudadanos era tal, que el presidente de Brasil le indultó (algunos afirman que en realidad el presidente le devolvió el favor por haber curado a su hija).
Arigó continuó ejerciendo en su pequeña consulta, lo que le supuso nuevos ataques por parte de la medicina "oficial", que consiguió definitivamente encerrarlo en prisión durante 18 meses, en los que se ocupó de curar a cuantos presos acudían a su celda. Cuando fue puesto en libertad, siguió curando gente sin cesar durante los seis años que transcurrieron hasta su propia muerte en 1971 a causa de un accidente de tráfico.
Como es natural, muchos tacharon al "cirujano" de perfecto, de saber muy bien donde cortaba por tener libros de medicina en su casa, de no haber curado nunca a nadie, de ser un hábil ilusionista, etc. Nunca sabremos la verdad, aunque el gran número de testigos y pacientes y su duradera fama parecen darle credibilidad.
Fuente: Crónicas del misterio, de Lorenzo Férnandez Bueno.