La araña y la moscaLa vida son los otros. Vivir consiste en ser como los otros, depender de lo que los otros digan. Porque si no bailas, hijo mío, ¿qué dirán los demás, qué pensarán de ti, en qué grado de impopularidad caerás? Y si no sales los sábados por la noche, ¿hemos de pensar que no tienes amigos, que eres un marginado y que, en fin, eres un descastado?
Por principio consideran los padres que el hijo que es como todos los demás, es buen hijo y tiene amplias perspectivas de llegar a ser buena persona. Pero desconfían los padres de hijos que no bailan, de los que no tiran serpentinas y talco o huevos a los amigos que festejan algo trascendente. De ellos desconfían también los maestros. Todos desconfían de alguien que no es como todos.
Vivimos desconfiados. No confiamos en el desenvolvimiento natural y en el crecimiento de los hijos en consonancia con sus propias potencias interiores. Necesitamos modelarlos a imagen y semejanza de las exigencias de esta sociedad contemporánea, tan masificada, tan entrometida en todos los vericuetos de la vida personal.
Hay momentos de soledad indispensables. Hay momentos de sociabilidad indispensables. Todo es indispensable en su debido momento. Cualquier absolutismo a este respecto niega la vera condición humana. He aquí una fábula que ilustra el punto.
Cuentan que una araña vivía en una casa vieja y allí tejió una hermosa tela para atrapar moscas, cada vez que una mosca se enredaba en la tela corría la araña a devorarla para que las otras moscas no la vieran ahí atrapada, y siguieran considerando esa red segura para tomarse un descanso.
Pero hubo una vez una mosca más inteligente. Revoloteaba la mosca y no se decidía a posarse en los hilos de la araña. La araña la invitó a bajar. La mosca rehusó: "Nunca me poso donde no veo otras moscas", dijo, y se alejó y voló hacia un lugar donde había muchas moscas.
Cuando iba a posarse pasaba por ahí una abeja zumbona que le hizo saber: "Ten cuidado, estúpida, que es papel caza-moscas, y ésas están todas presas". Pero la mosca no atendió a la advertencia, y ahí se fue a su exterminio, pero con las demás.
Las fábulas son para meditar. La multitud no es garantía de nada. Más bien es garantía de pegoteo, de publicidad arrebatadora, de moda virulenta. También es cierto que produce seguridad, esa sensación tan dulce de ser colegas. La identidad personal necesita, obviamente, de seguridad, de marcos de contención, del ser como todos. Pero también se construye en aquellos raptos de ser diferente que se dan en circunstancias que no se comparten con otros o, al menos, no con multitudes. Los hijos crecen entre el ser como todos y el ser como nadie. Lo extraordinario, no es que seamos como los otros, lo maravilloso es que, en ocasiones, podamos ser diferentes a los demás.
Fuente:
www.superacion-personal.net