El caballito de madera¿Qué es la vida?, preguntaba Calderón de la Barca. Una ilusión, respondía. Fantasía, ilusión, sueños, anhelos, construcciones mentales son la esencia de nuestra existencia. Vivir es jugar, decía un historiador holandés. Y uno se acuerda de la infancia de uno, de la infancia de los hijos, y comprueba que no hay aparato ni juego mecánico que suplante a un palo que se vuelve caballo, avión, espada, rinoceronte.
He aquí una historia de D. H. Lawrence, "El caballito de madera". El protagonista es un niño. Su madre, mujer hermosa, no tuvo suerte. Se casó por amor y el amor se redujo a polvo. Tuvo hermosos hijos, pero llegó a creer que le habían sido impuestos y no pudo amarlos.
La ansiedad de la casa, que se respiraba en el aire, era la falta de dinero. Lo que tenían lo derrochaban, y en consecuencia los niños creían en ese permanente reproche a la vida, a la suerte por la falta de dinero. El niño interrogó a su madre, un día. Ella le dijo que no tenían dinero porque el padre, su esposo, no era favorecido por la suerte.
-¿La suerte es dinero, mamá?-preguntó al fin con cierta timidez.
-No, Paul. No es lo mismo. La suerte es lo que hace que uno tenga dinero.
Paul tomó la determinación interior de alcanzar la suerte, y de lograr ese tan preciado dinero. Cuando sus hermanas jugaban a las muñecas, en el cuarto de juegos, él montaba en su gran caballo de madera y se lanzaba al espacio en una acometida salvaje...
-Vamos-ordenaba al fogoso corcel-. ¡Llévame adonde está la suerte!
El niño era amigo del jardinero que, por su parte, se interesaba en las carreras de caballos y compartía sus opiniones de experto con Paul. El niño comienza a jugar y a ganar, sin que nadie se entere. El jovencito tiene una milagrosa intuición para adivinar qué caballo saldrá primero. Vive y piensa sólo en eso, y en lograr el ansiado dinero para dárselo a su madre. Finalmente cae postrado, pero aún entonces sigue dando datos ganadores.
Todo el dinero ganado no bastó para compensar lo perdido: la vida de Paul. Frente a este siglo XXI donde es evidente que la gente no quiere monsergas y sólo la diversión le apetece, ¿ama usted a sus hijos? ¿Realmente? Si es así, fíjese bien qué valores son los prioritarios en su hogar, porque ellos -los de la realidad cotidiana- educan, influyen, y de ellos es que brota el amor o la indiferencia.
Fuente:
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