De todos los panteones mitológicos existe uno que se destaca por el estado deplorable de sus dioses.
La mitología nórdica, y en especial su panteón de dioses, es el único ejemplo de una corte de divinidades con serios problemas físicos. A los griegos podrá achacárseles sus dioses lascivos, iracundos y vengativos, pero los nórdicos, menos afines a la sensualidad, y, por lo tanto, a la razón pura; poseen un panteón con características inimaginables en un pueblo felizmente beligerante.
Allí tenemos a Odín, el rey de los dioses, tuerto por elección al cambiar uno de sus ojos por la sabiduría absoluta, don que sólo es expresable mediante la poesía. O a Balder, hijo de Odín, quien es muerto a causa de una mandrágora que le perforó el tórax.
Más abajo en el escalafón tenemos a Tyr, el dios manco, cuya mano fue seccionada por las quijadas de hierro del lobo Fenrir.
También a Heimdall, el guardián del arcoiris, hijo de nueve mujeres y alimentado en su infancia con sangre de jabalí. Su percepción era tan aguda que podía oír el rumor de la hierba al crecer, y su resistencia física no conocía límites. Podía correr durante días y luego dar batalla como el más feroz de los guerreros. Sin embargo, Heimdall era prolijamente mudo. Su voz jamás se oyó en los salones de Asgard, aunque será el último dios en mantenerse en pie durante el Ragnarok; batalla que, curiosamente, dará comienzo cuando Heimdall sople su cuerno, Gjiallhorn, acaso para compensar sus deficiencias vocales.
Menos conocido es el dios Hodr, el dios ciego hermano de Balder, cuya ceguera le impidió ver la espada de Vali cuando éste se la arrojó en ocasión de una venganza. O Vidar, el valeroso retoño de Odín que eligió no hablar jamás a causa de su voz afeminada. O Forseti, que presidía los asuntos judiciales y no se presentó al Ragnarok excusándose de su cobardía, apenas disumulada por su predilección por la mediación como solución a los conflictos.
Esta corte de dioses maltrechos que, por supuesto, no incluye a Thor, uno de los pocos dioses "intactos" de la mitología nórdica, conforman un panteón que ha asombrado a los eruditos de todo el mundo; ya que resultan impensables en un pueblo que abogaba por el valor y las perfección física en el combate, acaso sin entender que el verdadero coraje no tiene nada que ver con la invencibilidad.
Pongamos un ejemplo. Pensemos en algún superhéroe invencible, o en el propio Dios omnipotente y omnisciente. ¿Existe el valor en quien no puede ser dañado? Por el contrario, el coraje sólo es tal cuando hay algo para perder, cuando existe la posibilidad de una derrota. Parar balas con el pecho o enfrentarse a los demonios sabiéndose victorioso de antemano carece por completo de valor.
El verdadero coraje se presenta ante la posibilidad de morir, o más aún, ante la decisión de luchar sabiendo que seremos derrotados. Por eso los nórdicos adoraban a sus dioses maltrechos, ya que éstos, mutilados e imposibilitados, mudos, tuertos y ciegos; igualmente se presentarán al Ragnarok, el conflicto final, aún cuando sepan que allí encontrarán su fin.
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