Había una vez un terrateniente que era dueño de un gran bosque en el que quería talar muchos árboles. Buscaba un leñador eficaz y convocó un concurso. Se presentaron todos los leñadores de la región porque pagaba muy bien. Allí fue nuestro protagonista, hombre serio, responsable, muy trabajador y con gran experiencia. Ganó el concurso, le contrataron y comenzó a trabajar.
El primer día cortó cien árboles y regresó muy contento a su casa. Pero el segundo día solo pudo cortar ochenta, pese a que tenían la misma dificultad que los del día anterior. Para quedar bien con el terrateniente, el tercer día madrugó más y se puso a cortar árboles desde el amanecer hasta el anochecer; sin embargo solo pudo cortar cincuenta. Ante la impotencia de nuestro leñador, las cosas fueron empeorando según pasaba los días: se levantaba antes de que amaneciera, se acostaba ya anochecido y se esforzaba al máximo, pero cada vez cortaba menos árboles.
Por fin decidió hablar con el terrateniente y todo compungido le explicó la situación: “Mire, estará viendo que me esfuerzo más y más, pero no sé lo que pasa que cada vez corto menos árboles. Estoy desesperado, pero ya no puedo más, no descanso, no paro, casi no duermo, pero no puedo cortar más árboles”.
Ante esto su jefe le dijo: “Vengo observando tus dificultades y veo tus esfuerzos para resolverlas, me he dado cuenta de que no descansas ni un segundo, pero ¿te has parado a afilar tu hacha?
Hoy día todos necesitamos nuestra mente para trabajar: es nuestra principal herramienta y necesitamos afilarla.
¿Dedicamos suficiente tiempo al cuidado de nuestra mente?
Cuento de Jorge Bucay