La muerte es una de esas cosas desconocidas a la que los seres humanos sin duda tememos. Con seguridad, lo único que podemos decir de este proceso es que "es cuando el corazón deja de latir y los sistemas del cuerpo dejan de funcionar".
Pero para los distintos pueblos de la antigüedad la muerte era una fuerza, pero más que eso, era una entidad y un dios. Por lo general, no se erigían templos para la entidad, y se hacían honores a ella sólo cuando alguien fallecía. De hecho se evitaba pronunciar el nombre de la divinidad por temor a que se hiciese presente. Para los egipcios la muerte se personificaba en Anubis, la deidad con cabeza de chacal, hijo de Osiris y Neftis. Siempre lleva el Ankh, la cruz egipcia.
El simbolismo encerrado en Anubis comienza desde su imagen, el chacal era un animal de caza y compañía para los egipcios y un guía, por ello, el dios de la muerte se representaba así, con cabeza de chacal, ya que el guiaría las almas de los difuntos hasta su destino. Hijo de Osiris, dios y rey del inframundo, del eterno reino espiritual; y de Neftis, diosa de la obscuridad y lo invisible; Anubis es la conexión entre la vida material y la ultraterrena, quien lleva a los seres humanos a su destino espiritual.
El Ankh, común de todas las divinidades egipcias, es la llave a la inmortalidad, un talismán poderoso que aniquila el mal. Conformado por tres líneas que se conjuntan en un semicírculo, significan las Tres Fuerzas del Cosmos que se unen en la Infinidad, representando de esta forma a Dios.
En Grecia, la muerte estaba personificada por Thanatos, hermano de Hypnos, el sueño. Este dios era esquelético y alado, usaba una capucha negra y siempre llevaba consigo una guadaña y un reloj de arena.
Cumplía los designios de las Moiras, las hermanas del destino que decidían el nacimiento, tiempo de vida y hora de fallecimiento de los seres humanos por medio del hilo que tejían, medían y cortaban. Él era quien tocaba a la persona que estaba destinada a morir y lo llevaba hasta el inframundo, acompañado de Hermes, el mensajero de los dioses, a quien igualaba en velocidad.
Simboliza como tal la etapa en que no somos ya carne y sangre, sólo huesos. Su reloj de arena marca el tiempo de vida que se agota grano por grano. La guadaña es una herramienta de agricultura, que se utiliza para sesgar los campos y posteriormente recoger la cosecha, lo que significa que la vida es un ciclo, recogemos los frutos para sembrar nuevamente, unos mueren y otros nacen y los que fallecen sólo pasan a otro estado de la vida.
Para las religiones judeo-cristianas, la muerte está personificada en Azrael, "Quien ayuda a Dios", el mensajero de la muerte, que viene a la Tierra a tocar a la persona que esta destinada a fallecer, borrando su nombre del Gran Libro, siempre representado como un pergamino en el cuál escribe el nombre de los que nacen y elimina el de quien muere. Atiende al llamado de quien Dios reclama para sí en su momento, al caer la hoja del árbol de la vida que le corresponde. En muchas representaciones se asocia con Thanatos, al llevar la guadaña y el reloj de arena.
Para los mesoamericanos, la muerte era Mictlantecuhtli, el dios con forma de esqueleto, el señor del Mictlán, la tierra de los muertos, a quien Quetzalcóatl "pidió prestados" unos huesos para crear a la humanidad. El "favor" de alguna manera hecho quedó con la condición de que todos regresaríamos al mundo de donde provenimos y bajo esta premisa, cuando Mictlantecuhtli dicta que es el momento, una persona perece y regresa al reino espiritual.
Como podemos observar, la muerte para los antiguos era algo reverenciado y hasta temido, pero era una parte natural de la vida, una cara de la moneda de la vida, que no terminaba al exhalar el último suspiro, sino que continuaba más allá. La labor de las deidades de la muerte es preservar la vida más allá de la existencia terrena. Más que un adormecimiento, la muerte era un despertar, el amanecer al mundo espiritual que se encuentra más allá de la comprensión e imaginación humana.