¿Hay, en verdad, ocasiones en las que está mal el perdonar? Podrías pensar que, una cosa es perdonar la ofensa que te hayan hecho a ti y otra muy distinta cuando el daño se ha hecho a otros. ¿Qué sería de la justicia si lo perdonamos todo?
En 1986, tres hombres irrumpieron en una casa del Oeste de Londres, en busca de dinero. Al no encontrar nada de valor, se enfurecieron. Dos de ellos violaron brutalmente a la hija de la casa. A su padre y a su novio los ataron y golpearon con un bate de béisbol.
La primera reacción de esta familia cristiana fue el perdonar. "Cuando sucedió, me pareció que tenía que perdonar -dijo la muchacha en una entrevista de radio-. Más tarde, le di más vueltas en mi cabeza. Pero sabía que si no perdonaba me destruiría a mí misma".
Once meses más tarde, los tres hombres comparecían en juicio. El juez aplicó sentencias mucho más suaves por la violación que por el robo. Se basaba en que la familia había soportado bien la desgracia. Y decidió que el sufrimiento de la víctima no había sido tan grande.
El padre protestó enérgicamente, diciendo que esto no era justo. Para él no existía contradicción entre el decir "Yo les perdono", por una parte; y el exigir, por otra, que se llevara a cabo todo lo que exige la justicia.
Los padres retienen, muchas veces, el perdón a un niño durante algún tiempo, para que éste sienta el castigo. Una vez cumplido este tiempo, todo vuelve a ser normal. La falta ha quedado perdonada, y el niño vuelve a ser amado y animado.
En el mundo de los adultos, el estado tiene que tener reglas y castigos. Es importante que se haga justicia. El castigo, debe medirse correctamente. Un juez puede sentir amor y simpatía hacia un culpable, y puede sentir deseos de perdonarle. Pero ha de sopesar muy seriamente hasta qué punto ello puede afectar a la comunidad.
Si, ante un delincuente, decimos: "Pobrecillo. Ha tenido una infancia desgraciada", estamos enviando a sus víctimas el mensaje de que no las estimamos ni las protegemos. Estamos infravalorando también al culpable; implícitamente lo estamos despreciando y diciendo que no esperamos mucho de él.
El Nuevo Testamento nos narra que el apóstol Pablo fue encerrado en la prisión de Filipos después de haber sido apaleado por orden de los magistrados. A la mañana siguiente, éstos mandaron ponerle en libertad. Pero Pablo conocía sus derechos.
Podría haber perdonado a los magistrados y marcharse tranquilamente. Muchas veces, él mismo había escrito cartas urgiendo a los cristianos a ser generosos en el perdón. Pero, en esta ocasión, aguardó firme en la prisión hasta que los magistrados llegaran a pedirle excusas.
El perdón es algo que está en el corazón de la fe cristiana. Pero también lo está la justicia.
Nunca ha de usarse el perdón como un escape en una situación conflictiva. Tenemos la obligación de ser valerosos en la preservación de la justicia en el mundo.
Bibliografía:
Vera Sinton