Cerrad los ojos y sentid una esfera de luz azul suspendida por encima vuestra cabeza. No intentéis visualizarla, porque vuestra voluntad quizás se tensaría inútilmente para lograrlo. Por el contrario, esforzaros en adivinar su presencia, suave, apaciblemente, lentamente si fuera necesario. Ya que verdad es que está ahí. Es la promesa de lo que sois y tenéis aún sin integrar. De esa esfera luminosa cae ahora sobre vosotros una lluvia fina de gotitas de oro, deliciosamente fresca como un rocío de primavera. Viene a lavaros. Porque es la caricia de una ducha tras una larga travesía por el desierto. Sentid cómo resbalan sus perlas sobre vosotros y desincrustan las impurezas de vuestro ser, incluso desprenden sus escamas y os restituyen vuestra humildad, la que constituye vuestra verdadera grandeza. Bajo esa lluvia, sólo existe la Unión. ¿Presentís hasta qué punto cada átomo de vuestro cuerpo ,está en comunicación con todas las partículas del universo? Todo se toca, todo respira la misma vida, todo es Uno en cuanto pensáis que es Uno.
Ahora llega el instante en que el sol azul desciende lentamente hacia vosotros, sobre vosotros. Penetra en vuestro interior por la coronilla y baja con toda paz, toda fluidez a lo largo de vuestra columna vertebral. Os inunda con su frescor y sentís que finalmente se estabiliza un poco por encima de vuestro ombligo. En adelante, es vuestro anclaje, vuestro fuego sagrado, regenerador. Está ahí, Aquél a quien habíais expulsado de vuestro centro, el bálsamo profundo como el azul del cielo...
*practica sacado del libro titulado Wesak cuyos autores son Anne y Daniel Meurois Givaudan