Una persona, un gesto, puede cambiarnos
la vida, pero así como pueden cambiárnosla
a nosotros, también pueden cambiársela
a los demás; por eso es importante que
siempre recordemos que somos personas,
y que somos dueños de nuestros gestos.
Y que al vivir en un mundo de relación,
en contacto con otras personas,
nuestra propia persona y nuestros gestos
pueden cambiar la vida de los demás.
¿Nos pusimos a pensar simplemente
en el valor de una sonrisa?
Cuán diferente nos sentimos cuando
se nos recibe con una sonrisa, en lugar
de una mueca o sólo con indiferencia.
Qué distinto nos predispone la amabilidad,
una palabra cálida, un gesto de cariño,
una caricia, un beso, una manifestación de ternura…
En cambio la grosería, el desprecio,
la indiferencia, el maltrato, pueden destruirnos.
Tratamos de ir por la vida sembrando amor
y respeto; y no siempre recibimos lo mismo.
Pero eso no debe hacer que nosotros cambiemos,
porque, entonces, estaríamos imitando
modelos que repudiamos.
Si algo nos lastima, tratemos de cambiarlo;
y si no podemos, apartémonos de ello.
Pero no emulemos su accionar.
Recordemos que esas, nuestras acciones,
pueden cambiar la vida de los demás.
Y lo lindo es cambiar la vida de los demás
para bien, para mejor.
Lo bueno es cambiar lágrimas por sonrisas,
tristeza por alegría, desprecio por consideración,
odio por amor, maldad por bondad…
Siempre, lo bueno, es cambiar malo
por bueno; obremos de modo tal que,
en nuestro paso por la vida de los demás,
sembremos sólo amor.
Seguramente cosecharemos más
de lo que nos podemos imaginar.