EL APOCALIPSIS MUNDIAL HA COMENZADO. A muchos les puede sorprender que sucedan cosas así, pero ¿no hubo siempre profetas? y por otro lado, si admitimos la existencia de Dios, ¿no veremos normal que nos advierta y no nos abandone en los momentos difíciles como este? En cualquier caso, existe una ley inexorable, que es la Ley de Causa y efecto, que sucede en todos los planos: en el mundo físico como en el mundo del espíritu. Creamos o no en Dios y en los profetas, esta ley se cumple y vemos hoy las consecuencias de los actos de la humanidad durante milenios. La medida se ha colmado, y ahora toca cosechar.
Así, pues, llevamos 11 años y medio sumidos en un proceso que pone en evidencia que la medida se ha colmado, que la energía prestada a la humanidad para su evolución se ha transformado en energía negativa en su mayor parte, y que con esta cantidad de energía negativa no se puede construir, sino que entramos en un proceso de autodestrucción. Miremos donde miremos se cumple lo que se afirma: destrucción de los recursos naturales, de empleos, de personas de bienestar, de salud, de derechos, del medio ambiente y un largo etc. ¿Quién no reconoce en todo eso la presencia de los famosos “Cuatro Jinetes”: Hambre, Peste, Guerra y Muerte?
El Planeta con todos sus Reinos de la naturaleza y todos sus habitantes humanos nos hallamos hoy en un estado de stress global.
Como “Apocalipsis” es una palabra que evoca tremendismos, es preciso aclarar que no significa el fin de nuestro Planeta (que de todos modos habrá de llegar algún día cuando se apague este Sol) ni tampoco nuestro exterminio (pues somos almas inmortales, y siempre dejamos los cuerpos alguna vez cuanto “toca”) sino que de lo que se trata es del fin de este mundo materialista, de esta civilización antinatural construida por egocéntricos violentos, avariciosos, sedientos de poder y honores y seguidos por todos los que les sirven como a dioses a los que imitar y obedecer, siendo como ellos egocéntricos, avariciosos, deseosos de ser servidos, etc.
Para cada uno de nosotros, el Apocalipsis puede ser un golpe del destino, la consecuencia de todo lo que hacemos, sentimos y pensamos a diario, pues todo eso es energía y ninguna energía se pierde, como ya sabemos, y vuelve a su creador. Cada uno es responsable de sus propias emisiones y cada cosa que nos sucede y nos hace sentirnos felices o sufrir es cosecha que recogemos de actos anteriores. Como no podemos dejar de pensar, sentir y hacer, a cada instante sembramos para cosecha posterior. Y de tales siembras, tales cosechas. Como se dice: de aquellos polvos, estos lodos.
Esto nos remite a la inexorable ley de Causa y Efecto, que invalida la idea de que existe la casualidad, en vez de la causalidad. Si la energía que mueve el Universo fuese casual, todo sería aleatorio, incierto, una vez de un modo, la vez siguiente de otro, tal vez. Hay quien vive en lugares del Planeta donde está a salvo físicamente mientras a otros el mundo se les viene encima de pronto. Hay personas que viven razonablemente contentas y felices en el mismo instante en que otras sufren tremendos dramas personales, pues si de algo no estamos a salvo es de nosotros mismos, de nuestra alma y de su cosecha. Si es buena, solo podemos estar agradecidos, y si no lo es, sin duda que necesitamos corregir nuestra forma de pensar, sentir y actuar.
Lejos del pesimismo, de algún género de sectarismo o del nihilismo anti sistema y anticultura convencionales que las mentes superficiales pueden ver, al hablar de Apocalipsis se pretende ser objetivos y huir de la exageración. Se trata de mostrar otros modos de mirar la realidad, de dar noticias de creencias alternativas basadas en el cristianismo originario, que es científico y místico, a diferencia de sus usurpadores eclesiásticos; fuente aquella de la que estos últimos reniegan (como sucede con el Sermón de la Montaña) y que nos puede conducir a una sociedad de la paz, la justicia, la igualdad y la fraternidad universal que tanto tiempo y tantas vidas – y tanto dolor, paradójicamente- precisa para construirse.
Los seres humanos, igual que tenemos en nuestra mano el hacha que corta el árbol, disponemos en nuestros corazones de las semillas que lo hacen brotar. Podemos elegir. Y esa elección determinará nuestra vida. El árbol de la vida, producto de la semilla del amor divino, es una especie delicada a la que conviene tratar igualmente con amor, verdad y decisión sin miedo a ser criticado por embusteros, usurpadores, sembradores de cizaña, y otras especies dañinas de enemigos de la existencia y, por supuesto, de Dios…Y con la palabra Dios no me refiero al dios pagano de la Iglesia católica y sus hijas históricas, que es el dios de los ricos, el dios de la venganza, el dios partidista y castigador de sus contradictorias y manipuladas Biblias, sino al Dios que crea, al Dios- energía que mantiene el orden del Universo, al Dios del que todos formamos parte como energías espirituales del mismo modo que nuestras células forman parte de nuestros cuerpos. Este es el Dios que advierte sobre el Apocalipsis y enseña el camino de regreso a nuestro verdadero origen, que no es un vientre materno, sino el hogar espiritual del que procedemos en el Reino de los Cielos. Este es el Dios que respeta nuestro libre albedrío aunque vayamos contra Él; el Dios que ama y no el Dios que castiga, pues no existe el Infierno en el Más Allá. Sin embargo, aquí, en el más acá, existen todos los infiernos que hemos creado con nuestro alejamiento de las leyes divinas y de las leyes de la Naturaleza y que nos han conducido al Apocalipsis mundial al que ahora tenemos que enfrentarnos con el libro de nuestra vida y su saldo del debe y el haber según la ley de Causa y efecto, creamos en ello o no.
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