Una de las soluciones más comunes que llevamos a cabo cuando tenemos una situación complicada o problemática, es darle la espalda, negarla, tratando de esperar a que esa circunstancia, por sí sola, desaparezca. Esto puede estar ocasionado por un profundo miedo de salir perdiendo en la situación, no ser comprendidos, no tener la fuerza de voluntad necesaria para confrontarla, y un sinfín de posibilidades adicionales.
Y aunque ciertamente en algunas ocasiones esperar pudiera ser lo más inteligente, puesto que las situaciones suelen tomar matices distintos en la medida en que el tiempo va transcurriendo, la verdad es que muchas veces dejamos que pase demasiado tiempo, permitimos demasiadas cosas, absolutamente paralizados o negadores ante aquella realidad que cada vez se hace más fuerte y gigantesca ante nosotros.
Y el problema radica en que en estas circunstancias, cuando la situación se comienza a ir de las manos, seguimos sin atrevernos a enfrentarla, a pararnos frente a ella y producir cambios desde nuestra conciencia; sino que llegamos a la peligrosa conclusión de que salir de una situación, resolverla, equivale a huir de ella.
Por supuesto, cuando comenzamos a creer que la solución es huir y no confrontar, en ese mismo instante, comenzamos a ser fugitivos de nuestros miedos, y continuamos huyendo permanentemente, alimentando cada vez más la situación y haciéndola más grande. Y nuestro Ego es tan hábil, que nos presentará las situaciones de escape de la manera más elegante de la cual dispone: a través de intelectualizaciones, encontrando un montón de justificaciones para sustentar nuestros actos; a través de excusas que nos hacen creer que estamos tomando la decisión emocionalmente más económica, es decir, aquella que nos produce menos dolor; mediante culpas y remordimientos, que nos harán creer que somos seres terribles y monstruosos si nos atrevemos a confrontar la situación, entre otras.
Y la verdad es que una y otra vez, a lo largo de mi experiencia psicoterapéutica, la única cosa que aparece como una constante es que el peso de no enfrentar las situaciones irresolutas de nuestra vida nos va trayendo un pesar que se convierte en un peso demasiado grande para seguir llevándolo en nuestra psique, condenándonos a llevar una vida acosada por pensamientos que aparecen repentinamente, recordándonos aquello que continúa pendiente en nuestra vida.
Hay una hermosa historia sobre un monje que predicaba la paz interior, y practicaba el no perturbarse por ningún acontecimiento externo. Fue invitado a un almuerzo por unos amigos que estaban cansados de escuchar siempre el mismo sermón, por lo cual le prepararon una trampa para ridiculizarlo y darle una lección. Cuando iba para el sitio donde se daría el banquete en su honor, se encontró con sus amigos, quienes le dijeron que donde viera el humo era el lugar de encuentro, pero que ellos habían olvidado el hielo y las bebidas en el carro. Le pidieron que siguiera solo y que ellos lo alcanzarían luego.
Estas personas habían conseguido tres perros adiestrados para atacar, y los habían dejado amarrados por mucho tiempo. Cuando vieron que el monje estaba solo, le dieron la orden al vigilante de que los soltara. Rápidamente, los perros furiosos salieron con los ojos chispeantes de rabia y a gran velocidad, hacia donde estaba el monje. Él, al verlos, aspiró profundamente aire por su nariz, los miró fijamente a los ojos y empezó a correr a gran velocidad hacia ellos. Los perros, al ver que el monje venía corriendo, frenaron en seco y huyeron asustados. La explicación era simple. Los perros habían sido adiestrados para atacar y perseguir, no para que los persiguieran. La única persona que los había perseguido era el adiestrador, cuando los castigaba por no obedecer.
Los organizadores del plan, asombrados, le preguntaron al monje cómo había logrado que los perros se retiraran. El monje les respondió: "Cuando tengan miedo, mírenlo fijamente, corran con todas sus fuerzas hacia él y el fantasma del miedo inmediatamente desaparecerá".
Ese, básicamente, es el mensaje que quiero transmitir, cuando tengamos miedo, es necesario enfrentarlo a tiempo, para que ese fantasma no se convierta en un monstruo que nos perseguirá por la vida.
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