Sentir, conectarse con las emociones que somos capaces de experimentar, es una de las características más distintivas de los humanos. Sólo nosotros, hasta donde sabemos, somos capaces de observar al mundo a través de los matices multicolores que nos ofrecen nuestras emociones. Cuando estamos completamente conscientes, profundamente conectados con nuestro sentir, podemos observar la realidad a través de un lente que la racionalidad no permite.
Por supuesto, abrirse a la posibilidad de sentir es un proceso relativamente fácil si estamos conectados con sentimientos relacionados con placer. Pero cuando lo que sentimos tiene que ver con dolor, frustración o impotencia, la reacción probablemente será de querer cerrarnos a no sentir.
Y siempre que nos cerramos, nos hacemos inaccesibles a la posibilidad de conectarnos con esa visión particular de la vida y del mundo que nos ofrecen nuestras emociones. Y estas barreras que colocamos nos hacen vulnerables, pues nos convertimos en una represa que se va llenando de agua fétida que nos va contaminando interiormente. Una vez que encerramos nuestras emociones, que las represamos, comenzamos un proceso de contaminación espiritual y física, puesto que las emociones represadas terminan convirtiéndose en enfermedades psicosomáticas. Este control que nuestra sociedad nos ha enseñado a tener sobre lo que sentimos, termina volviéndose depresión, cáncer, obesidad, trastornos cardíacos, entre otros.
La única manera de soltar estos sentimientos, estas emociones, es reconociéndolas, aceptándolas, dejándolas salir. Lo maravilloso de abrirnos a todas las emociones y sentimientos, incluso a aquellos que consideramos terribles y negativos, es que terminan transformándose, desapareciendo.
Ahora bien, sentirlo todo no significa que tengamos que expresarlo todo. Conectarse con nuestro sentir no debe confundirse con ser melodramático y egocéntrico. No es necesario manifestar al mundo exterior todo lo que estamos reconociendo en nosotros, pues muchas veces ese reconocimiento es un acto íntimo, privado. Muchas veces, la necesidad de que los demás se den cuenta de lo que sentimos tiene que ver con una tendencia egocéntrica a que otros fijen su mirada en nosotros, y sientan quizás lástima de lo que estamos atravesando. Otras veces, expresar lo que sentimos pudiera ser egoísta, sobre todo si daña profundamente a los demás. Incluso, expresar algunas cosas puede resultar contraproducente en un momento determinado. La idea básica es comprender que reconocer lo que sentimos, saber que estamos sintiendo una emoción determinada y aceptarla, no necesariamente tiene que ver con expresarlo inapropiadamente o a personas que ni siquiera están interesadas en ello. Es importante tener consciencia de la situación particular, y decidir si es prudente expresar lo que sentimos ahora, en otro momento, o nunca.
Sentirlo todo tampoco tiene que ver con exagerar lo que estamos sintiendo. Muchas veces, hemos sentido durante mucho tiempo una emoción dolorosa e intensa, y nos quedamos “pegados” en ella, sin darnos cuenta de que quizás esos sentimientos ya están listos para dejarnos libres, y nos aferramos tanto que no permitimos que las cosas sigan su curso natural. Entonces odiamos y guardamos un resentimiento profundo durante años, o nos conectamos de tal manera a la tristeza que caemos en un estado depresivo y enfermo. Otra posibilidad, es que nos volvemos obsesivos con la situación y la analizamos una y otra vez infructuosamente, en vez de dejar nuestros pensamientos posarse en otras situaciones más productivas y útiles para nosotros.
Finalmente, sentirlo todo no significa tener que soportarlo todo. No tenemos por qué convertirnos en espectadores pasivos de lo que nos está ocurriendo, permitiendo ser barcos a la deriva de las circunstancias, o víctimas indefensas de ellas. Por el contrario, nuestra capacidad de sentir nos hace responsables de cuidar de nosotros, puesto que nos debemos una profunda conexión con lo que estamos sintiendo y necesitando en cada momento de nuestra existencia. Esa posibilidad consciente de sentir nos permite reaccionar apropiadamente a fin de movernos a estados emocionales más apropiados, y a posibilidades de resolución de conflictos más asertivas.
Tener consciencia emocional nos ayuda a ser más asertivos, creativos y sintonizados con lo que más nos conviene en un momento determinado, ayudándonos a no sobreactuar o limitar nuestro sentir.
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