Desde hace decenas de años, tal vez siglos, se reconoce la salud como una industria y se mide su aporte al Producto Interno Bruto mundial. La mayor sorpresa es que para muchos ese colosal sector se está viendo superado por el bienestar.
Cuando sumamos lo producido por gimnasios, bebidas energéticas, complementos alimenticios, ropa para atletas, instalaciones deportivas y el sinfín de factores que componen los negocios del bienestar, resultan cantidades realmente abrumadoras.
Ambas industrias dedican sus mejores esfuerzos en la atención de las situaciones naturales o inducidas del cuerpo y la mente de sus clientes. En una y otra la atención mental incluye las emociones, pero ninguna de las dos le dedica mayor desarrollo, promoción, ni investigación.
Ahora bien, ¿por qué los industriales hacen esto? Muy sencillo: los sentimientos no son rentables. Y cómo van a serlo si los seres humanos, los clientes, nosotros, no le damos mayor importancia a la realidad emotiva.
Sí, es muy limitado lo que hacemos para cultivar las querencias, muy poco para sanar los sentimientos y menos para impulsar el bienestar emocional. ¿Cuántas veces has preguntado por una clínica de la conducta?, ¿en cuántas ocasiones has estado tras un gimnasio de la emoción?, ¿cuándo escribiste a un laboratorio para pedir que produzcan pastillas para algún sentimiento?
Son pocas las técnicas en el mercado sobre gestión de las emociones. Son mínimas las actividades de formación sobre los afectos. Es insuficiente el material escrito sobre la gestión de los sentimientos. Pero lo peor es lo ínfimo del tiempo que ocupan en tu agenda y lo escueto del espacio que conquistan en tu presupuesto.
Cada día se demuestra más y más que las emociones son el centro de mando del ser. Desde allí se controla toda su funcionalidad humana. Nuestra salud, nuestro bienestar son solo su simple consecuencia.
Si queremos del cuerpo y de la mente mayor disposición al servicio del ser, pues resulta obvio poner más de nuestro tiempo y dinero a la orden de las emociones.
Por: Jaime Mora