“La envidia es mil veces peor que el hambre, porque es hambre espiritual” (Roque de Unamuno)
La envidia es un mal que empobrece al hombre o mujer que la lleva consigo, a todo nivel.
El envidioso/a es un ser que sufre a causa del éxito de los demás. Agrede a todo aquel que tiene mejor posición económica, mejor vida o simplemente que es feliz, solidario, y que sonríe, aunque tenga menos cosas materiales que el envidioso en cuestión.
No acepta a aquel que le va bien. En su ceguera mental, el envidioso ataca al “enemigo” en sí, en vez de fijarse en el motivo, en las razones por las cuales esa persona es exitosa, sea que trabaje mucho, esté mejor preparado intelectualmente o tenga mayor voluntad.
Podrá aceptar en usted todas las variantes. Podrá digerir que usted sea lindo o feo, si se viste bien o mal, si tiene vicios o no, si trabaja o es desempleado, si es soltera, casado, divorciada, joven o con unos cuantos años encima. También si es rico o pobre, de buena salud o enfermo, gordo o flaco.
Pero jamás, nunca jamás le “perdonará” el que sea más feliz, más entusiasta, o más emprendedor que él. No va a tolerar el que usted se sienta como tal y que tenga esperanzas y ambiciones.
Le tirará frases como si fueran dardos venenosos, del estilo de “usted no vive la realidad”, “no sé de qué se ilusiona”, “esto no sirve o no le va a funcionar”. ¿Por qué actúa así? Muy sencillo. Porque el envidioso siempre va a querer que usted se sienta peor que él o, por lo menos, igual.
Entre sombras y tinieblas
No obstante, permítame aclararle que, en el fondo, la persona envidiosa es así porque desea igualarse o ser como el blanco de sus críticas. Pero, simultáneamente, el envidioso carece de la actitud para serlo. Por eso siempre está sembrando el oscuro manto de la envidia.
“El número de los que nos envidian, confirma nuestras capacidades”, sentenciaba Oscar Wilde. Obviamente, es una forma de pensar minúscula, cerrada, inútil, que sólo le traerá más desgracia a su ya de por sí, desdichada existencia. Porque evidentemente ignora, que si de su mente y su boca salen ondas negativas, es imposible que a su vida regresen ondas positivas.
Es que el compararse obsesivamente con los demás no sirve. Si usted quiere ser el más atractivo, el que tiene más dinero, el que posee la más linda chica y el que tiene el mejor auto, a la corta o a la larga, quedará frustrado. Pues siempre encontrará otro que es más atractivo, tiene más dinero, posee otra chica más linda o tiene un auto más moderno y sofisticado.
Entonces sólo bastará eso para que el envidioso vuelva a sentirse mal e insatisfecho, revolcándose en sus propias cenizas. Empapándose en el sudor de la decepción y el odio. No hará falta nada más.
En realidad, es un desperdicio, porque si el mismo fervor con el cual él critica a los demás fuese usado en su propio crecimiento, ¡cuántas más personas felices, satisfechas y realizadas habrían en los cinco continentes!
* Artículo extractado del libro "Cómo Vivir en el Planeta de la Confusión" de Marcelo Tarde Benítez.