Cada célula es como un holograma, porque posee las características del cuerpo entero y por ende, como órgano que aún está vivo debería contener su alma. Porque no se pueden transplantar órganos ya muertos.
El alma, del latín ánima, es definida en el diccionario como una unidad dinámica de estados de conciencia y estados mentales.
También es definida como sustancia activa, de carácter no material, como razón de la materia, con el don de comprender, desear y sentir, y la capacidad de informar al cuerpo y junto a él constituir su esencia.
El alma es el poder que da movimiento y vida al cuerpo; es su energía vital, es la vida.
Se puede inferir, por lo tanto, que un donante de órganos tiene la posibilidad de sobrevivir en otro cuerpo con su alma.
Las experiencias de personas transplantadas lo corroboran cuando experimentan sensaciones de “estar acompañado por alguien”, “tener gustos diferentes”, “sentirse distinto con tendencia a hacer cosas distintas”, y hasta comienzan a percibir el mundo de otro modo.
Es cierto que alguien que estuvo a punto de morir puede modificar su percepción de la realidad por el solo hecho de estar al borde de la muerte, porque la muerte, cuando es inminente, hace que se valore más la vida; pero una parte de un cuerpo vivo debe contener la energía y la información de esa vida.
El alma representa el poder de la vida, el gran misterio, el factor que aún no se conoce, con el poder de crear organismos vivos y contribuir a su desarrollo y crecimiento.
El concepto del alma ha variado con el transcurso del tiempo. El hombre primitivo la consideraba el aliento, la respiración, un fuego; o una sombra que tenemos siempre al lado como testigo y que es inmortal y nos abandona cuando estamos muertos.
La concepción órfica nos dice que el cuerpo es el sepulcro del alma. Pitágoras y Empédocles adoptaron el orfismo; para los atomistas el alma está compuesta de átomos; para los presocráticos era el principio de las cosas y con Platón el problema del alma adquiere una importancia central en la especulación filosófica.
Ahora sabemos que el núcleo del átomo es en su mayor parte espacio vacío, no material. ¿Qué es ese espacio, por qué está allí, qué contiene si no es materia?
El dualismo de Platón deja un interrogante: ¿dónde está la comunicación entre cuerpo y alma?
Aristóteles amplía esta posición con una concepción biológica del alma. Ésta no es sólo lo inteligible que predomina sobre lo sensible, sino algo inmanente a las cosas, su propia “forma”.
Santo Tomás de Aquino distingue entre ánima como principio vital y ánimus como entendimiento y para San Agustín el alma es sobre todo pensamiento e intimidad personal.
Ferrater Mora nos dice que el mundo está en el alma y para los empiristas el alma es la personalidad psicológica de cada uno.
El mundo contemporáneo tiende a considerar al alma como conciencia, como conjunto de capacidades y posibilidades, no como sustancia.
De cualquier forma que se conciba, es posible que haya algo más que acompaña a los órganos vivos cuando se trasladan a otro cuerpo.
La persona transplantada puede seguir viviendo y además cambiar psicológicamente con la influencia del órgano de alguien que ha tenido una vida, experiencias, y que ahora forma parte de él mismo.
Podrá adquirir lo bueno y lo malo, pero gracias a él sigue viviendo y siempre tendrá en sus manos el discernimiento.
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