Al llevar a cabo las actividades de direccionamiento que comentábamos hasta ahora, estamos dando un paso firme y concreto hacia una vida feliz y armoniosa. Hemos decidido tomar el control de nuestra vida, definimos los métodos a aplicar y los conceptos a asimilar. Los organizamos, les pusimos prioridades, los visualizamos como plantas en un jardín al que debemos cuidar como un todo.
Pero debemos tener cuidado de no caer en el extremo opuesto. Si pretendemos dirigir todo a nuestro antojo, con los ojos cerrados a lo que sucede alrededor, nos puede ir muy pero muy mal.
No vivimos aislados. Hay todo un universo a nuestro alrededor, estamos inmersos en él. ¡Somos parte de él! Interactuamos dentro de un sistema, con variables que obviamente no nos son manejables. Es ridículo ponernos una meta, y mantenernos fijos en ella pase lo que pase.
Si el día estaba hermoso y mi plan era ir a la playa, pero cuando estoy por llegar se desata una tormenta, ¿Qué hago? ¿Voy a la playa igual? No. Me adapto a la nueva situación y voy por ejemplo al shopping. Sería muy necio hacer lo que tenía planeado de entrada no obstante el cambio, sólo por inercia, o por terquedad. Sin embargo, este tipo de cosas sucede más a menudo de lo que pensamos.
Las situaciones cambian, pero la gente no lo nota y sigue con su trabajo de siempre o con una pareja que ya no le sirve.
Imaginemos que una persona a los 12 años arma todo un plan para su existencia, por ejemplo: “A los 17 voy a terminar la escuela y comenzar la carrera de contabilidad, los primeros dos años no voy a trabajar y al tercero voy a encontrar un puesto en un estudio. Allí trabajaré un año y luego renunciaré para conseguir uno mejor. Voy a tener siete parejas y a los 20 me voy a comprometer. A los 23 me recibo y un año después me caso. Luego de dos años de matrimonio encargo el primer hijo, al año el segundo, y a los dos años más el tercero. Después de que estén los tres en la primaria consigo un trabajo full time en una multinacional. Cuando se casen los tres me jubilo y me voy a vivir a la montaña con mi pareja. Muero a los 80 con 6 nietos y 3 bisnietos”
Esta persona sin duda ha decidido tomar el control de su vida. No está mal que tenga un plan, siempre y cuando esté lo suficientemente permeable como para modificarlo según las circunstancias. Por ejemplo si en la secundaria se da cuenta de que la contabilidad le resulta aburrida y en realidad le atraen más las humanidades, tiene que darse cuenta y cambiar la carrera elegida, o si a los 17 conoce al amor de su vida no debe dejarlo pasar porque tenía que tener 7 parejas y 20 años para formar una pareja estable. Su plan debe modificarse según las señales que el universo le envía.
A veces estas señales son obvias, como en los casos anteriores, o el de la lluvia y la playa, pero otras veces son mucho más sutiles.
A veces nos hacen de modificar grandes planes, o a veces pequeñas cosas del día a día.
Pero todo se entrelaza, y todo tiene sentido. El que permanece ciego a las señales, difícilmente llegue a concretar sus deseos, y con casi total seguridad –aunque los logre- no podrá ser feliz. Es fundamental tomar conciencia de que formamos parte de un sistema mayor, para poder interactuar armoniosamente con él. Integrarnos al universo, dar y recibir de él. Ponernos en sus brazos, pero sin abandonar el timón. Como el navegante que no puede ignorar las corrientes, ni el conductor desentenderse del tránsito.
Ver, escuchar, adaptarse a lo que ocurre, estar atentos, animarse a cambiar de idea tantas veces como sea oportuno, no nos hace tener menos control. Al contrario, nos da muchas más chances de llegar a buen puerto.
El universo nos emite constantemente señales que podemos aprovechar o dejar pasar. Están por todos lados: en nuestra mente, fuera de ella, en lo que pasa por delante de nosotros, lo que oímos accidentalmente, en cada persona con la que hablamos. El mundo es un constante emisor de pistas de todo tipo y color, sobre lo que hay que hacer y lo que hay que evitar. Estar despierto y alerta a las señales, desarrollar esa visión del mundo y asimilarla como concepto, puede ser una gran guía para nuestras vidas.
Hay algunos tipos clásicos de señales sutiles, que si estamos atentos podemos identificar con claridad:
Casualidades
Estoy pensando en una persona y justo me llama. Tuve un diálogo sobre alguien que no veía hace mucho y, ¡oh casualidad!, me lo crucé esa misma tarde. Decimos algo al mismo tiempo. Llaman por teléfono equivocado y casualmente preguntan por el nombre del personaje que estaba leyendo en mi libro. Me encuentro en un lugar inesperado con un conocido de otro entorno. Pasan en la radio una canción que refleja exactamente mi problemática actual.
Estas cosas, y otras mucho más sorprendentes, pasan todos los días, a cada rato. Estamos tan habituados a ellas que a veces no las notamos, o nos sirven como curiosidad o diversión un rato y luego las olvidamos.
Sin embargo, esta enorme masa de “casualidades” que no tendrían por qué existir a estos niveles, deberían configurar claros mensajes del universo hacia nosotros. En lugar de reírnos debiéramos preguntarnos ¿Por qué pasó esto? ¿Qué me está diciendo esta coincidencia? ¿Que aprendizaje debo tomar de esto que sucedió? Y si no lo entendemos, podemos anotar todos estos hechos en un diario, seguramente en el futuro se revelará el porqué. Podemos intentar interpretarlos como si de sueños se trataran. ¿Qué significaría en un sueño cruzarme con x persona? Si hay una coincidencia con un nombre, lugar o numero puedo preguntarme ¿Qué significa ese un nombre, lugar o numero para mi?
Recomiendo especialmente la lectura de “La novena revelación” que trata este tema de las coincidencias de una manera apasionante y muy clarificadora.
Señales del Inconsciente
Nuestra mente inconsciente es la que más cerca está de la comunión con el universo. Está embebida en él, percibe todo lo que la mente conciente se pasa por alto. Todo mensaje que percibamos de ella, es, indirectamente, una señal del universo.
La mente inconsciente nos habla de distintas formas: A través de los sueños, cuyo valioso aporte no debiéramos ignorar. En la meditación y los sueños concientes. En los presentimientos, intuiciones, palpitaciones, ideas espontáneas.
Cuando tenemos la sensación de conocer a alguien, o a algún lugar… Cuando una melodía “se nos pega” en la cabeza sin haberla escuchado recientemente. En los actos fallidos, los errores de percepción, hasta en los errores de tipeo. Todo tiene su por qué. Nuestro inconsciente sabe mucho, y nosotros debemos saber entenderlo, interpretarlo, y darle valor a todo lo que proviene de él.
Tenemos una voz interior, que es nuestro verdadero yo. La felicidad no se siente con la mente conciente, sino con el inconsciente. Si él no está satisfecho, nosotros no lo estaremos. Si no ha superado un trauma, siempre estará allí recordándonoslo de distintas maneras. Todo mensaje de nuestra voz interior merece ser respetado.
El problema es que a veces nos es difícil distinguir si un pensamiento surgió de ella o de temores a niveles más superficiales.
Una sensación matinal de “hoy no vayas a trabajar” puede ser un presentimiento que te haga salvar de un accidente mortal. Pero también puede ser una señal del cuerpo de que hoy no descansaste bien y quieres seguir durmiendo, o el desgano de encontrarte con una persona o tarea, o tal vez no sea sino una señal proveniente de tu tánatos que sólo quiere molestarte y alejarte de tus metas.
El primer paso es notar que ahí hubo una señal de algún tipo. Es segundo es detenerse en ella, recrearla, e intentar identificar su verdadera fuente y significado.
Señales del cuerpo
Antes de desarrollarse una enfermedad, el cuerpo va emitiendo señales de que algo anda mal en determinado sistema o zona. Hay que estar lo más atento posible a estas cosas, para consultarlas con el médico a tiempo, o, mejor aún, atacar a las causas antes de que llegue a provocar problemas más serios. Cada parte del cuerpo representa claramente y de forma evidente a algún aspecto de la personalidad: La garganta a la comunicación, la vista y el oído a la percepción, el sistema reproductivo al relacionamiento de pareja, los pechos a la maternidad, el sistema digestivo a los apegos materiales, la cabeza al intelecto, el corazón a los sentimientos, etc. Nuestras vulnerabilidades en lo físico, también nos revelan en qué aspecto de nuestra psique estamos necesitando atención.
Dolores, malestares, hormigueos, irregularidades, rechazos, picazones, ardores, temblores, tics, alergias… todas son señales.
La mayoría de las enfermedades son psicosomáticas. El cáncer por ejemplo lo es en gran medida. Para evitar desarrollarlas, debemos escuchar las señales del cuerpo, relacionarlas con nuestra problemática y hacer todo lo posible tanto médicamente como mentalmente por eliminar las causas a tiempo.
Pero más allá de nuestra salud, el cuerpo también nos transmite otros mensajes. Podemos notar que en determinados lugares nos sentimos mareados o con malestares, que ciertas situaciones nos despiertan sensación de mariposas en el estómago, o nos sensibilizan más que otras, que una persona nos despierta un rechazo físico, o que “porque sí” de repente nos duele la cabeza o nos zumban los oídos.
En realidad, a través del cuerpo, también nos está hablando nuestro inconsciente.
Recomiendo la práctica de yoga, taichi, u otras técnicas similares, para agilizar el diálogo con nuestro cuerpo, y favorecer este proceso.
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