El sentimiento de culpa nos dice qué hemos hecho o estamos haciendo mal. Su utilidad estriba en que nos demos cuenta de lo dañino que resulta ese comportamiento (para nosotros mismos o para los demás) y tomemos medidas para enmendar el error o no volver a cometerlo.
Sin embargo, no podemos dejarnos llevar en exceso en ese sentimiento, porque a veces nos sentimos culpables sin razón y, otras veces, aunque hayamos hecho mal, la culpa se convierte en un lastre que no sirve para nada.
Veamos algunas ideas para enfrentarnos a ese sentimiento que puede ser tan doloroso…
1. Reconoce qué tipo de culpa tienes y para qué sirve
Hay un tipo de culpa a la que podemos llamar “saludable”. Se trata de ésa que nos abre los ojos sobre algo que estamos haciendo mal y nos lleva a la necesidad de cambiar.
Por ejemplo: Me siento mal por perder el tiempo jugando con el ordenador, cuando podría estar haciendo algo más productivo.
O me siento culpable por haber desaprovechado una oportunidad y me propongo que la siguiente no se me escape.
En casos como ésos sí podemos hacer algo para cambiar. Pero, ¿qué pasa cuando nos sentimos culpables por algo que no podemos cambiar?
Por ejemplo: Me siento culpable porque interné a mi padre con demencia senil en una residencia para que lo cuidaran. Yo no puedo hacerlo, porque tengo que trabajar fuera de casa y atender a mis hijos.
El anterior es un ejemplo de culpa “poco saludable”, dañina, inútil. El sentimiento sólo sirve para torturarnos, porque no podemos (o, en otros casos, no queremos) hacer lo que fuera para cambiarlo.
Resumiendo: La culpa es una llamada de atención sobre algo que hemos hecho “mal”. Y, sólo sirve si hemos aprendido algo al respecto y podemos actuar para enmendar la situación. Es importante darse cuenta de cuál es nuestro caso.
2. Los cambios, cuanto antes
Hablamos, desde luego, de la culpa “saludable”; cuando hay algo que podemos hacer al respecto.
Por ejemplo: Yo insulto a mi hermana y me siento culpable. A raíz de esto, aprendo que eso no “está bien” y le pido perdón.
No voy a dejar pasar el tiempo, recordándome lo mal que lo he hecho y dejando que la relación se deteriore más. No. Mejor, me muevo pronto.
El ejemplo es muy simple. Existen culpas mucho más pesadas, pero la idea es la misma: no prolongar el castigo innecesariamente. Cuanto antes podamos hacer lo que sabemos que hay que hacer, mejor.
Si hay algún provecho que podamos sacar de la culpa es ése: extraer la lección y hacer algo para reparar lo que es importante para nosotros.
Cuanto antes aprendamos la lección, antes desaparecerá la culpa y, en el mejor de los casos, habremos aprendido lo necesario para que no se repita.
3. Acepta que lo hiciste mal, pero sigue adelante
Después de las disculpas, de asumir la responsabilidad, de cambiar lo que hubiera que cambiar, hemos de dejarlo ahí. Ya hemos hecho lo posible para enmendar el error.
Porque, si volvemos una y otra vez buscando hacer algo más, la culpa seguirá interfiriendo en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás.
Cuando hacemos algo mal, la culpa nos va a acompañar durante un tiempo. Si reconocemos el problema y tratamos de enmendarlo lo más pronto posible, antes nos aliviaremos. Por el contrario, si no hacemos nada o nos obsesionamos con esa situación, más se prorrogará la culpa.
4. Aprende de tu comportamiento
La finalidad de la culpa no es sentirse mal porque sí, sino aprender algo de la experiencia; algo que nos sirva en el futuro.
Después de enmendar el error (si hemos podido), nos puede servir para evitar tropezar en la misma piedra.
5. Nadie es perfecto
Esa frase tan manida cobra en este post más sentido que nunca: ¿Las personas que no cargan con sentimiento de culpa es porque jamás han hecho algo de lo que se arrepintieran?
Por supuesto que no. Todos cometemos errores y hemos aprender a aceptarlos, a responsabilizarnos de ellos y a vivir con sus consecuencias. Somos simplemente humanos.
http://tusbuenosmomentos.com/2012/08/recomendaciones-culpa/