Energía misteriosa que envuelve e impulsa hacia la conquista, hacia el encuentro con alguien. Es la chispa que enciende el deseo y la pasión.
Esencialmente, seducir significa «ejercer sobre alguien influencia o atractivo». Este es el «don» que buscan publicitarios, políticos, empresarios y todo tipo de líderes. Quien domina este arte, sin duda, tiene «poder», ya que sabe cómo obtener de los demás aquello que desea.
Esta fuerza irresistible de atraer y ser atraído se manifiesta en todos y cada uno de nosotros a lo largo de toda la vida. Es difícil no caer en este juego alguna vez. ¿Quién no se estremece al percibir un brillo especial en los ojos de un admirador? ¿Quién no ha sentido esa alegría especial al conquistar? ¿No es acaso placentero provocar atracción?
No es solo un juego de adultos. Aprendemos a seducir en la infancia.
El deseo de conseguir satisfacer nuestros deseos, conquistar el corazón de los demás, es un mecanismo inherente a la supervivencia. Recordemos cuántas veces hemos sido seducidos por una carita dulce y sonriente que nos saca todo cuanto quiere.
Los niños sonríen, acarician, adulan y prometen. Utilizan el arte de «complacer y seducir» desde muy pequeños. Si se nos ha olvidado seducir, observemos a los niños, son verdaderos maestros.
En el terreno amoroso de los adultos, no es muy diferente. Se trata de conquistar, enamorar, desatar esa energía que envuelve y empuja a desear y ser deseado. Buscamos sentir el embargo que produce ese cosquilleo excitante al observar que otra persona nos desea; atrae y da miedo a la vez el riesgo al fracaso en la conquista.
En ocasiones, la seducción está impregnada de engaños, embrujos, o señuelos, empleados al servicio del placer personal y la manipulación. ¡Hay de todo, la conquista es la conquista!
Pero no siempre rigen las malas artes. Acciones al servicio de la seducción, tales como el galanteo, el halago, el agasajo, dan a la vida y a las relaciones interpersonales una gracia especial que aleja el aburrimiento y la rutina. Las personas que saben moverse en este terreno tienen un encanto especial, diferente, y hacen especiales los momentos que se está con ellas.
«Ningún hombre puede abrir mi corazón, si no es galante», decía Pilar, una mujer viuda de 70 años. Le gusta el estilo seductor de los hombres que ella denomina, cariñosamente, «antiguos».
El mundo moderno nos engatusa con el envoltorio externo. Parece que el poder de atraer es exclusivo de lo «culturalmente bello», que, a su vez, está íntimamente relacionado con la juventud. De este modo, llegados a cierta edad, pensamos que ya no tenemos el don de seducir, que éste se esfumó, enmascarado entre arrugas y canas. ¡No nos dejemos invadir por estas ideas!
La madurez y experiencia son muy atrayentes para los más jóvenes. La sabiduría de los años es una garantía de seguridad y «saber hacer», tanto en la vida como en el terreno sexual. No crean las personas maduras que pierden puntos por ello, todo lo contrario.
Atrae lo positivo, la alegría de vivir, buen humor, actitudes galantes, energía, vitalidad y cierto grado de atrevimiento. Estas actitudes están relacionadas con la personalidad y no con lo físico. De nada sirve ser bello, joven y estar amargado, sin gracia o aburrido.
Los verdaderos seductores lo son toda la vida, tengan o no juventud y belleza. Saben hacer estallar la «magia». Su encanto y atractivo residen en su forma de ser, de saber estar. Tienen un trato agradable, capacidad de comunicarse y de escuchar, pero sobre todo, saben hacer sentir a su pareja que es especial.
María creyó que ya no era atractiva. Los años y ciertos kilos de más le dieron la impresión de ser «invisible para los hombres». Un buen día, en el trabajo, se dio cuenta de que un chico le prestaba mucha atención. Tenía miedo, pero María tiene ese atractivo de las mujeres maduras, llenas de experiencia y sabiduría que supo cautivar a un hombre casi 15 años más joven. Las mujeres a los 50 conquistamos por la cabeza, no por el cuerpo.
Todos tenemos cualidades susceptibles de embelesar y atraer a los demás. La dificultad puede radicar en necesitar seducir a todo el mundo. Sin duda eso es una patología. Lo importante es saber con certeza que podemos seducir, al menos, a quien nos interesa.
Victoria Artiach