Estás sentado en una cafetería, miras una persona y decides que te resulta antipática. Y lo mismo sucede con el presentador del programa de televisión que miras por vez primera o con la dependienta que encontraste en la tienda. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué algunas personas nos resultan antipáticas mientras que otras nos caen simpáticas?
Para responder a estas preguntas debemos sumergirnos en dos mecanismos: la inducción y la deducción. La inducción nos permite llegar a una conclusión general partiendo de casos particulares (por ejemplo: si varias veces toco el fuego y me quemo, induzco que el fuego quema). Al contrario, la deducción implica extraer una conclusión específica a partir de una premisa general (por ejemplo: el fuego quema, por ende, si lo toco me quemaré). Obviamente, deducción e inducción son dos procesos que van de la mano.
Pues bien, cuando conocemos a una persona nueva necesitamos algunos puntos de referencia a partir de los cuales relacionarnos. Lo ideal sería relacionarse sin prejuicios e ideas preconcebidas pero normalmente tenemos cierto temor a lo desconocido e incierto; por ende, ante lo novedoso, buscamos en nuestra mente situaciones anteriores que nos sirvan de referente para poder actuar con más seguridad en la situación en la cual nos vemos inmersos.
Estos referentes son múltiples y normalmente es un proceso que transcurre de manera inconsciente. Así, cuando nos enfrentamos a una persona nueva valoramos en cuestiones de minutos o segundos (la forma en que está vestida, el color de la piel, la forma en que habla, camina y gesticula, los rasgos faciales… y todos aquellos pequeños detalles que estén a nuestra disposición). Todos estas informaciones ya están incluidas en nuestro “database” (para decirlo en términos psicológicos, forman parte de nuestros esquemas mentales) y, por lo tanto, solo nos queda realizar los procesos de inducción y deducción sacando como conclusión que la persona nos resulta antipática o simpática. ¿De dónde sacamos estas conclusiones? De nuestras experiencias pasadas con personas que han tenido comportamientos o rasgos similares o de nuestros prejuicios sobre cómo son y se comportan personas que tienen idénticas características.
Pero estas conclusiones iniciales no tienen por qué ser inamovibles. De hecho, cada vez que percibimos una información nueva (un gesto, palabra o cualquier detalle), la incluimos en esta imagen que nos estamos conformando de la otra persona y, en base a la flexibilidad mental que posea cada persona, estas nuevas informaciones sobre el otro pueden cambiar o no la percepción de antipatía o simpatía. Normalmente mientras más pasa el tiempo, más podremos acercarnos a una visión real de la otra persona y nos desharemos del proceso de deducción.
En este punto debemos ser extremadamente cuidadosos para no caer en el riesgo de la “profecía que se autocumple”. Es decir, cuando no tenemos la flexibilidad mental necesaria y catalogamos a una persona como antipática, podremos asumir una percepción parcializada y comprender cada nuevo detalle como una información que ratifica nuestra creencia inicial (aunque en realidad no sea así).
Llegados a este punto, podremos comprender que lo verdaderamente importante no es la valoración inicial que reporta una antipatía o simpatía (ya que a veces no podemos evitar este proceso) sino ser suficientemente abiertos como para cambiar nuestra valoración inicial.
http://www.rinconpsicologia.com/2011/08/por-que-algunas-personas-nos-resultan.html