Al final del camino todos, indiscutiblemente, sin distingo de género, raza, edad, religión, preferencia sexual o condición socioeconómica acabaremos la vida de la misma manera: en nuestro funeral.
El final de nuestra historia en este mundo nos hace estar, nuevamente iguales, sin pertenencias, sin experiencias, sin relaciones personales, sin afectos, nos deja solos y sin remedio.
Dejaremos de ser para nosotros y no seremos más para los demás.
En nuestro andar por este mundo pudimos (o no) haber acumulado riquezas que ahora se disputan o disfrutan nuestros herederos, pudimos haber viajado y degustado maravillosas lisonjas, manjares incomparables, pudimos haber leído bibliotecas enteras, pudimos haber recibido homenajes, pudimos haber conducido empresas multi nacionales, automóviles de lujo y yates deslumbrantes, hoy, con la vida apagada todo esto ya no cobra ningún sentido.
Es fantástico vivir bien, procurar y luchar por vivir bien. Es, sin duda, en el andar por la vida cuando debemos luchar por nuestros sueños, alcanzarlos y gozarlos.
Pero al final, cuando ya no estemos, cuando el último aliento se nos haya escapado, nada de eso quedará para nosotros, nada de eso será nuestro, nada de eso nos habremos de llevar.
Seremos solo un recuerdo en aquellos que se hayan cruzado en nuestro camino. Y esa es la magia de la trascendencia.
Tu decides que tipo de recuerdo quieres ser, cada día, cada decisión, cada acción, cada abrazo dado o negado, cada palabra de aliento o desaliento que regales irá íntimamente relacionada al recuerdo que serás.
Cada uno de nosotros tiene, tanto el derecho de decidir como quiere ser recordado, como la obligación de actuar en consecuencia para lograrlo.
Al final seremos todos solo un recuerdo
Gerardo González Guzmán