El grado de desorientación vital que sufre mucha gente en la actualidad es altamente grave, si a eso le añadimos los estúpidos conceptos basados en lemas como el “carpe diem” (algo así como disfruta del momento) o del consabido “solo se vive una vez”.
Bien, estás dos solemnes tonterías se han introducido en la mente de muchas personas haciéndoles creer que se pierden algo si no hacen tal o tal cosa, si no experimentan con tal o tal otra, o si pierden lo que supuestamente es una oportunidad que nunca volverá a ocurrir. Pues bien, quien vive así, a “salto de mata” son los que podremos llamar en un futuro “perdedores” (término que no me gusta usar pero que en este caso corresponde utilizarlo).
La vida tiene que estar vinculada a un proceso de desarrollo personal y a unos objetivos concretos, a medio y largo plazo. Esos objetivos no tienen porque ser de índole económica o profesional, pero debe haber algo que tire de nosotros hacia delante, que nos ayude a mejorar en todos los sentidos día a día, y que nos lleve a indagar, a explorar, a darle un porqué a nuestra existencia.
En caso contrario viviremos movidos por el viento que sopla cada día, o pasando de una pasión a otra, o centrados en una única persona a la que habremos convertido en centro de nuestro universo, o preocupados obsesivamente por nuestra imagen personal. Y pasaremos de la tristeza a la euforia y de la euforia a la tristeza porque no habremos sabido trazar un camino por donde discurra nuestra vida.
Esto es más preocupante de lo que pueda parecer, porque la persona se hace mucho más vulnerable e indolente ante las circunstancias adversas.
Es una de mis máximos intereses y preocupaciones en los procesos terapéuticos el ayudar a encontrar, especialmente en los jóvenes, pero también en personas de cualquier edad, un camino que seguir.
Y todos tenemos uno, simplemente se trata que lo dejemos fluir desde las profundidades de nuestra psique hasta verlo aparecer despertando nuestra conciencia.
Damian Ruiz