El arte de vivir es un reto cotidiano. Abarca muchos aspectos del desarrollo de la persona. Los filósofos de todos los tiempos le han dado vueltas a las tres preguntas básicas: ¿quién soy, de dónde vengo, a dónde voy?, preguntas sin fecha de caducidad.
Si añadimos el factor género a esa encrucijada, la cosa se complica un poco más. Las personas tenemos interiorizados unos estereotipos muy marcados, fruto del patriarcado. Al mismo tiempo, desde hace aproximadamente un siglo, éstos se han ido resquebrajando sin que hayan sido sustituidos por otros, sobre todo en nuestra interioridad. Son tiempos de tanteo y rediseño. Es frecuente la contradicción entre lo que podemos pensar, lo que teje nuestra racionalidad y lo que nos mueve a actuar. Nuestra visceralidad puede generarnos, a veces, una sensación de perplejidad…
Un fenómeno particular recorre las distintas geografías, silencioso y poderoso: el de los círculos de género. Pequeños grupos de hombres o de mujeres deciden reunirse para apoyarse en la toma de conciencia de cómo viven su cotidianeidad y cómo ejercer su identidad femenina o masculina. Deben responder a una necesidad latente, porque se dan sin que medien campañas de promoción ni divulgación en los medios de comunicación. Es más, en esta corriente no interviene el dinero, sólo las ganas de vivir esa aventura. Esas “células” se multiplican por generación espontánea o por efecto del boca a oído.
Cada círculo es un mundo
Un círculo se da cuando un número reducido de personas de un mismo género se compromete a reunirse periódicamente para compartir sus experiencias, aprendizajes, dudas, logros, interrogantes, para aprender las unas de las otras. Y sí, es distinto a la mera charla de café entre amigos.
Cada círculo es un universo en sí, con sus propias características. Hay unos requisitos fundamentales a respetar para su buena marcha. Empecemos por la figura geométrica circular que los define: todos los puntos equidistan del centro. Eso significa que queda excluida la figura de líder que conduce al grupo. Todas las personas están en igualdad de condiciones. Lo que sí puede haber es un turno rotatorio para moderar cada sesión, en especial para ajustar el respeto a los tiempos. Sumémosle el tipo de comunicación que se practica: una escucha activa y respetuosa, que no juzga, que simplemente descubre, observa, valora la experiencia individual, con un tiempo de palabra para cada una de las personas integrantes. Hay que estar ojo avizor para no situarse en la posición de quien cree que sabe lo que a la otra persona le conviene, por lo tanto se huirá de expresiones que empiecen con: “lo que a ti te pasa es que…”, o: “lo que tú tienes que hacer es… “.
Una premisa que protege de esas tendencias es hablar en primera persona, desde la propia experiencia, desde la propia resonancia a lo que se acaba de escuchar. En el espacio central del círculo irán apareciendo progresivamente todos nuestros saberes, nuestro potencial, nuestra creatividad, y se activará el efecto caleidoscopio de quienes integran el grupo, potenciando las tomas de conciencia particulares.
El círculo genera un campo de energía
Hay grupos que empiezan, duran más o menos y terminan, y otros que empiezan y no cuajan. Todo depende de la motivación y de la sintonía que se instaura desde un buen principio. Es importante, asimismo, no confundir el círculo de género con una terapia. Quienes necesiten un soporte terapéutico, tendrán que buscarlo a nivel individual. Otra cosa es que el grupo tenga efectos sanadores y solidarios como resultado de lo que ahí se comparte. De hecho, practicar una escucha respetuosa, mirar a la otra persona sin juzgarla, sentirse aceptados tal como somos, son premisas que favorecen la eclosión de lo mejor que anida en nuestro interior. Ese código, aplicado ampliamente al mundo de la educación, a los espacios en los que nos interrelacionamos, nos permitiría ir soltando las actitudes defensivas y limitantes. Los círculos son, en ese sentido, como un laboratorio en el que ayudarnos a comprender qué hombre o qué mujer soy y quiero ser, y abrirnos al mundo exterior enriquecidos, más conscientes, con nuevos recursos personales.
Es importante respetar la confidencialidad de lo que se cuece en los encuentros. Se genera un campo de energía muy especial, sagrada. Hay quienes comparan ese espacio con una matriz simbólica que nos ayuda a nacer a nuestra conciencia. Es bueno protegerla. Cada uno que le aplique la imagen que le resulte elocuente, pero eso sí, respetando lo que se teje entre quienes integran el círculo. De ahí que ritualizar el inicio y el final de cada sesión sea también una buena práctica. Aconsejable también es el uso el bastón de palabra: ayuda a asumir la responsabilidad de qué decimos y cómo usamos el tiempo otorgado, con el mayor rigor posible, aprendiendo a ir a lo esencial, evitando las digresiones inútiles.
Cada grupo decidirá la frecuencia de los encuentros y su mecánica. Cierto que el turno de palabra es un eje fundamental, pero también es cierto que la creatividad de cada círculo puede dar mucho de sí: se pueden plantear dinámicas muy variadas. Desde desmenuzar temas concretos hasta practicar lenguajes creativos, espacios de silencio, espacios lúdicos, compartir los saberes de quienes integran el grupo, etc. También es importante la elección del espacio, que cumpla con la privacidad necesaria y esté exento de teléfonos móviles e interrupciones. Se puede establecer una rotación por las casas de l@s componentes, o elegir un entorno ajeno adecuado.
Con frecuencia me hacen la pregunta de por qué hombres por un lado y mujeres por otro. No es con la finalidad de promover guetos, en absoluto, sino todo lo contrario: es para permitir una necesaria higiene de género que nos permita construir una cierta autonomía frente a la mirada de l@s demás y al peso de los condicionamientos. Lamentablemente, entre hombres y mujeres hay muchos temas pendientes. Con demasiada frecuencia nos hemos entretenido en acusar a la parte contraria sin detenernos a mirar qué papel nos corresponde en la película que estamos co-protagonizando. Ese cambio de dirección de la mirada es fundamental. El círculo también nos puede ayudar a ello, si acudimos a la cita desde nuestra más sincera autenticidad, con la valentía y el deseo de conocer nuestras luces y nuestras sombras, de convertirnos en más human@s, responsables y conscientes.
Premisas básicas para formar un círculo:
La motivación: Desear romper el aislamiento en el que solemos vivir nuestros interrogantes y dudas en cuanto a cómo ser mujeres u hombres hoy en día.
Dar voces: Expresar en voz alta el deseo de hacer un círculo, ya sea entre mujeres que conocemos o colgando un aviso en espacios que intuitivamente nos parezcan adecuados.
A tener en cuenta: Cuando nos conocemos mucho, pueden pesar los pre-juicios de la historia compartida que depositamos sobre la otra persona y que nos impidan acceder a una escucha sin juicio.
Organizar el primer encuentro y a partir de ahí constatar la viabilidad. Es aconsejable un número reducido de mujeres u hombres por grupo, de 4 a 7 parece ser un buen margen, de modo que las sesiones no se eternicen y sea más factible encontrarles espacio en las agendas.
Normas básicas de funcionamiento:cada círculo decide la periodicidad de los encuentros y su duración.
Se decide el espacio: en casas particulares, en salas a las que se tenga acceso,… imprescindible un espacio a cubierto de interrupciones…¡y de teléfonos móviles!
Se establece un compromiso de confidencialidad de lo que se comparta en el interior del círculo. Nadie se erige en líder del grupo, el funcionamiento es circular, todas en posición equidistante del centro.
Se puede organizar un turno rotatorio para moderar cada encuentro.
Se practica una escucha que no juzga, el grupo está atento para desarticular el juicio cada vez que se desliza más o menos subrepticiamente.
Hay un tiempo pactado para que cada cual exprese lo que necesita verbalizar, sin interrupciones, y hay un tiempo para devoluciones. Se puede usar el bastón de palabra: quien lo sostiene se centra para que sus palabras sean las necesarias y no más, lo más conscientes posibles. Cuando termina su intervención pasa el bastón a la siguiente persona que tomará la palabra.
Se habla en primera persona, desde lo que un@ siente, o cree, o desde lo que la experiencia de la otra provoca como resonancia en un@ mism@. Se huirá de las expresiones del tipo: “lo que a ti te pasa, lo que tienes que hacer, lo que deberías saber es que….”. Ninguna persona se expresa desde la posición de la que sabe más que otra, sino que se hace visible el saber que cada una aporta.
Se pone en común, se descubre desde la curiosidad ante lo desconocido, desde la escucha que no juzga, desde la mirada que enfoca la riqueza y el potencial de la otra.
Cada círculo decide si además del tiempo para el turno de palabra comparte otro tipo de experiencias o intercambios: meditación, baile, comida, ….
Es aconsejable ritualizar el encuentro, su apertura y su final. Se incrementa la vivencia respetuosa de ese espacio y del saber compartido (darse las manos, un tiempo de silencio, encender una vela en el centro del círculo para apelar a la parte más inspirada de nuestra intuición…).
Es aconsejable respetar la creatividad del círculo: como un ente vivo, se genera, crece, se desarrolla, madura, y muere o se transforma. Cuando la motivación varía, se agota, se canaliza hacia otros horizontes.
por Ana Maria Vidal
http://www.revistanamaste.com/circulos-de-hombres-circulos-de-mujeres/