Google nos ofrece 29.900.000 resultados sobre la palabra “La Felicidad”. Esto nos lleva directamente a pensar en lo mucho que se ha dicho y debatido sobre ella. La duda que nos atrapa seguidamente es si alguna de estas búsquedas nos da claves para tenerla, o al menos para saber como lograrla. Le aconsejo descarte esta búsqueda, no hay nada que ayude a conseguir tal “trofeo”. No hay nada ni nadie que pueda hacerlo por uno mismo, la única búsqueda para alcanzarla está en nosotros, en nuestro propio ser.
Como dijo Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”, la parte mejor del hombre es la razón. Esa parte que por naturaleza parece ser la más excelente y principal, la que posee la comprensión de las cosas bellas y divinas, siendo ciertamente la razón lo más divino que hay en nosotros. Este texto de Aristóteles intenta determinar en qué puede consistir la tan ansiada y buscada felicidad humana.
Dos mil años más tarde seguimos ahí, mirando, ahondando, indagando, escrutando pistas que nos hagan alcanzarla. Repetimos la palabra “ser feliz” como si fuera un mantra, por si con la repetición conseguimos hacer que aparezca.
Nada más desgastante, más erróneo, más cansino que estar en el deseo de aquello que tenemos en nuestras manos, en nuestra mente. Retomando la idea de Aristóteles: utilizar la capacidad humana para el disfrute de las cosas bellas, de la sensibilidad, ese es el único trayecto que nos dirige hacia los momentos de felicidad que tanto perseguimos.
Cuando hablamos de razón, hablamos desde la coherencia con nuestra propia filosofía de vida, acorde con los valores que cada uno tenemos. Sin generar conflictos en uno mismo, equilibrando el esfuerzo frente a la satisfacción, desde lo natural. Hoy somos una amalgama de infelicidades, raramente cumplimos con esa idea aristotélica de razonar frente a la belleza que nos presenta la vida. Parcamente dejamos escapar nuestra capacidad de sensibilizarnos, lo cual hace que sea más difícil alcanzarla y al mismo tiempo más deseable.
Paladear el momento
Entre tanto, nos debatimos en una realidad con tendencia a alejarnos de tal disfrute. A distraernos de lo que tenemos más fácil de ver y de sentir. Una realidad que nos embarulla en ese escepticismo en el que no logramos encontrar tal deseo.
Y si el secreto fuera paladear el corto momento en que se nos presenta tal “regalo”, y dejarnos, relajarnos, sentir,….. disfrutar, y para eso posiblemente hemos de estar menos atrofiados en ese entorno que nos nubla y tendríamos que al menos haber llegado a averiguar donde está “nuestra felicidad”, para que cuando la tengamos delante sepamos identificarla y podamos vivirla.
Ayuda a estar despiertos en la vida. Vivirla, disfrutarla, saborearla, lucharla, como si tuviéramos que alcanzar ese “trofeo” que se escurre y se presenta sigilosamente, cautelosamente obligándonos a estar atentos, despiertos, vivos.
Ese es el esfuerzo. Mantener tonificadas la mente y el cuerpo, que su presencia no nos pille mirando a otro lado, distraídos, adornando otro decorado de la vida que no nos reportará ese placer sino que nos aportara las amarguras y desencantos propios de quien se relaciona con la vida desde la lucha y la conquista, desde el “tener” y no desde el “disfrutar”. A la vez hemos de tener bien trabajado y aprendidas las pistas que nos llevan a poder percibir la sensibilidad y volvernos locos, sanamente locos con los regalos que nos llegan desde la sencillez, la humildad, la solidaridad, la belleza y desde ahí dejarnos invadir por el disfrute de esas pequeñas cosas y esos exiguos momentos luminosos y chispeantes que da la Felicidad.
Debemos pensar que mantener esa mente en estado vivo y esa percepción tan despierta implica no distraerse con lo superfluo. Estar en uno mismo, donde uno se sienta generoso y agradecido al mismo tiempo, consciente y soñador, real y utópico. Donde uno batalle y se relaje. Ahí en esa continua dualidad que el ser humano entraña sin perderse en ella, sabiendo que tan solo depende de uno y de dónde se tenga puesta la mirada.
La filosofía oriental relaciona, la felicidad al igual que lo hacia Aristóteles. Nada ha cambiado, es un constructo eterno, estable, lo cual nos indica que nuestra felicidad tiene los mismos caminos para su conquista que hace dos mil años. Por eso nos sirven las mismas definiciones y seguramente que las mismas luchas.
Dos mil años más tarde, para Osho “La felicidad no tiene nada que ver con el triunfo; la felicidad no tiene nada que ver con la ambición; la felicidad no tiene nada que ver con el dinero, ni el poder, ni el prestigio. La felicidad está relacionada con tu consciencia, no con tu carácter. Depende de ti.”
http://www.revistanamaste.com/la-felicidad-un-solo-camino-uno-solo-el-mismo/