Autorrealizarse es realizar aquello que potencialmente podemos llegar a ser en base a nuestro contenido interior, como es el caso de la semilla que alberga en su interior el árbol. Ese contenido interior necesita de la interacción de diversos elementos para desarrollarse y crecer. Los elementos, en términos humanos, son la familia en la que nacemos, el momento cultural, el tipo de sociedad, el tipo de educación, las creencias de nuestro entorno, las experiencias que vamos teniendo, y el modo de adaptarnos a todo ello, va conformando una personalidad y un carácter. Una personalidad constituida por los aprendizajes y experiencias de la vida y un carácter que es la herramienta que nos permite relacionarnos y adaptarnos a las circunstancias que nos toca vivir, en función de nuestro temperamento, que es la materia prima con la que nacemos y la que marca una determinada sensibilidad.
Existen algunos condicionantes que dificultan o alteran la autorrealización. El más importante es la falta de autorreconocimiento. Para realizarse hay que conocerse, si no nos conocemos realmente y sólo miramos los defectos, manías, miedos, virtudes, etc., nos quedamos con opiniones o juicios basados en la comparación o las expectativas que otros primero y luego uno mismo va generando.
Para conocernos podemos observar una posible desviación desde la más temprana edad. Los padres y educadores tienden a transmitir su afecto, cariño y amor de forma muy acentuada cuando se hacen cosas que satisfacen sus expectativas y tienden a tratar con más dureza o de forma más indiferente, menos amorosa cuando no se actúa como ellos esperan. Los seres humanos necesitamos esencialmente sentir el amor de los demás sobre todo cuando somos niños, porque somos muy vulnerables y nuestro equilibrio depende de sentirnos queridos, eso nos da seguridad y confianza. Así, aprendemos a hacer aquello que vemos recompensado por el entorno si adoptamos una actitud sumisa; o bien nos enfrentamos y hacemos todo lo contrario si adoptamos una actitud rebelde. Ambos casos son mecanismos de adaptación condicionados por una respuesta externa a nosotros y casi siempre relacionada con el hacer bien lo que esperan de nosotros, o lo contrario. Esta es la primera gran dificultad para autorreconocernos, nos identificamos con lo que hacemos y nos olvidamos de que para hacer primero hay que ser. Esta identificación nos lleva al mundo de las expectativas: “si consigo hacer aquello que se espera de mi, si consigo tener aquello que se supone que hay que tener, si puedo demostrar que soy capaz, podré sentirme bien, obtendré el reconcocimiento externo, en definitiva seré digno de recibir amor.” Este modo de plantearnos la vida nos lleva a la dependencia, nos volvemos adictos del hacer y del tener y nos vamos separando del ser. Al separamos del ser, nos enfocamos a potenciar aspectos condicionados por esas creencias y actitudes que nada tienen que ver con el desarrollo de la esencia que habita en nuestro interior y entramos en el sendero de la insatisfacción. La insatisfacción es una sensación desagradable que nos angustia y nos lleva a buscar alivio inmediato, bien a través del aumento de la exigencia o perfeccionismo, o bien a través del placer inmediato. Como ello, normalmente, no nos lleva a redirigirnos hacia el ser que somos, nos produce aún más insatisfacción.
Entonces buscamos culpables o justificaciones, entrando en el territorio de la víctima, que es incapaz, que es manipulada por algo o alguien, supeditando el poder realizarse a que cambien las cosas afuera.
Los cambios se tienen que producir desde adentro, los tiene que ir haciendo uno mismo empezando por la opinión que tenemos de nosotros mismos, cómo me relaciono conmigo mismo, qué pensamientos y diálogos internos produzco, tienen aspectos constructivos o son más bien destructivos. Ahí puede empezar el autorreconocimiento, haciendo consciente la comunicación con uno mismo. Ya que desde ahí surgirá la relación con los demás y con el mundo en general.
La importancia de observarse a uno mismo
La segunda dificultad y no menos importante que la anterior es la castración que se va produciendo de manera progresiva al castigar la equivocación y premiar el éxito, en lugar de incentivar el esfuerzo, la motivación, la creatividad, etc: “Si me equivoco no soy digno de reconocimiento y amor con lo cual tengo que conseguir el éxito como sea.” Si hacemos una reflexión y observamos que para aprender cualquier cosa se requiere cometer un determinado número de errores de forma inevitable, que sin equivocaciones o fracasos no puede haber éxito, ¿qué hacemos cuando no aceptamos la equivocación? Estamos limitando la capacidad de aprender, con lo cual condenamos la posibilidad de crear y recrear la vida.
Corregir esos patrones condicionados y desarrollar la capacidad de autorrealizarse es posible. Se puede empezar por la observación consciente de los pensamientos, diálogos internos, actuaciones y comportamientos tanto hacia adentro como hacia afuera. Una observación lo más neutra posible donde podamos darnos cuenta de que es lo que mueve los hilos de nuestros comportamientos y dejar de actuar de forma automática, repitiendo una y otra vez los mismos patrones de conducta que nos llevan a reafirmarnos en nuestras frustraciones, limitaciones y dependencias.
Podemos aprender a usar nuestro cerebro, nuestros pensamientos, nuestro mecanismo mental, para ir moldeando nuestra realización e ir liberándonos de forma consciente de los condicionantes adquiridos, transformándolos en aprendizajes, puntos de partida en lugar de obstáculos o barreras.
Más importante que las aptitudes son las actitudes. Desarrollar una actitud de aprendiz, en la que se incluyen diversas características como el derecho o tal vez podríamos decir la obligación de equivocarse, la humildad, la paciencia, la constancia, la flexibilidad, que nos llevan a asumir la propia responsabilidad, que no consiste ni mucho menos en ser perfectos ni hacerlo todo bien, sino en actuar de la mejor forma posible según cada circunstancia y eso cambia constantemente. Eso unido a un trabajo con la maduración y desarrollo del carácter que nos permita manejar las emociones de forma ordenada, nos puede facilitar una mejor relación con nosotros mismos y con los demás.
Podríamos elegir la autorrealización para conectar con la alegría de vivir y así tener una vida más libre y más plena.
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