Muchas veces buscando la aprobación, la aceptación y el cariño de nuestra familia y de nuestros amigos perdemos de vista que muchos de nuestros actos los realizamos por y para ellos. Muchas veces, los regalos que les hacemos y las cosas que les decimos están motivados más por esa imperiosa necesidad de que nos quieran que por una demostración genuina y desinteresada de cariño. Sin embargo, ¿en cuántas oportunidades ellos no responden como nosotros esperamos y confundimos eso con falta de amor?
Allí radica nuestro error: en esperar ser queridos a través del otro; en dar esperando algo a cambio –en este caro cariño; en poner demasiado empeño en buscar que los demás nos quieran y actuar en base a ello. Por eso, lo esencial es estimarnos primero a nosotros mismos; conocernos, respetarnos y aceptarnos con todas nuestras vulnerabilidades, para luego poder conectar con el otro y poder brindarnos desinteresadamente. Si yo no puedo quererme a mí mismo sino que espero sentirme querido a través del otro, el vacío y la desilusión pueden ser muy grandes porque no todos nos brindamos o actuamos de la misma manera.
No podemos frustrarnos ni enojarnos con los demás si no responden con una muestra de cariño tal como lo hicimos nosotros; no debemos depositar tanta expectativa en el otro, pero sí en lo que cada uno pueda hacer por sí mismo y en esto lo fundamental es aprender a conocernos.
¿Cómo lograr esta seguridad y conocimiento de uno mismo?
Algunos tenemos, la mala o buena suerte, de pasar por momentos difíciles. Si aprendiésemos a aprovechar estos golpes como algo positivo en lugar de quedarnos en la queja estéril, en el odio y en la bronca, podríamos empezar a conectarnos con nosotros mismos, a cuestionarnos, a conocernos, y a pensar qué es lo que la vida nos está tratando de enseñar. Todo, lo bueno y lo malo, ayuda a crecer.
Buscar espacios de silencio. Hoy en día no los hay. Estamos hostigados por la televisión, la música, la computadora, los amigos y la familia, los cuales tapan el silencio donde precisamente uno puede escucharse, hacer un balance y cuestionarse ¿cómo estoy?, ¿es así como yo quiero estar?, ¿tengo lo que soñé?, ¿qué me gustaría hacer?, ¿cómo llego a eso que busco? Hace falta detenernos un poco y empezar a reflexionar, pero no desde un lugar negativo o de castigo sino desde el balance.
Vencer los miedos y empujar nuestro potencial al limite. Muchas veces nos boicoteamos y nos aferramos a lo conocido, esto nos da seguridad y estabilidad, sin embargo, cuando damos un paso más, salimos de esa zona de confort, y finalmente vemos que somos capaces de hacer más de lo que imaginábamos. Es allí donde más nos esforzamos y en donde podemos descubrir nuestros potenciales y talentos ocultos.
La práctica constante y la repetición es lo que crea el hábito. Lograr conocernos es un ejercicio, un trabajo de todos los días y lleva tiempo, pero finalmente se convierte en algo automático. Hagamos una analogía: si yo me despierto cada mañana de mal humor, puedo empezar a ensayar una sonrisa y a agradecer las cosas que tengo. Al principio me va a costar y hasta me voy a forzar a hacerlo, pero a costa de la repetición va llegar el día en que ya me levante con la sonrisa en mi rostro. Lo mismo ocurre con el autoconocimiento. Hay que aprender a conocernos, a “reconocernos”. Una vez que aprendo a identificar mis problemas o las cosas que son negativas busco la manera de ir modificándolas y a fuerza de repetición terminarán siendo un hábito.
Compartir las herramientas. Si veo que una persona puede lograr algo que yo también anhelo, tengo que encontrar las mismas herramientas que él utilizó para hacerlo; tomar al otro como ejemplo y sacar provecho de su experiencia y no mirarlo con recelo porque consiguió aquello que yo también busco.
Cuando logramos conocernos comenzamos a valorarnos, a sabernos únicos y con una misión específica, y fundamentalmente a comprender que nuestra felicidad no depende del otro sino exclusivamente de nosotros mismos.
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