Del Egoísmo y otros Demonios

En muchas ocasiones confundimos el logro de nuestras metas con el egoísmo, tal vez sea porque a estas dos vertientes las separa una estrecha y frágil línea de frontera. Aquella premisa que reza acerca de que “el fin justifica los medios”, ha sido la excusa oportuna para limpiar nuestras conciencias a la hora de imponer nuestro criterio, sin tomar en cuenta las perspectivas que tal vez se hayan presentado a nuestro alrededor.

No debemos engañarnos al creer que somos el centro del Universo y pensar en que nuestras acciones son imprescindibles, capaces de cumplir con las expectativas de los cambios requeridos. Nuestra misión es el aportar granitos de arena, pero en conciencia de que no somos el saco. Debemos dejar de lado la tendencia a atropellar a aquellos que disienten de nuestra manera de percibir el mundo, en tiempos en donde carecemos tanto de ese tesoro maravilloso llamado “tolerancia”. No existe más “verdad verdadera” que la afirmación de que la “verdad” no existe. Lo que para ti es una realidad inmutable e indiscutible, para muchos es solo un error de percepción. ¿Quién está equivocado? Ninguno de los dos tiene la razón, ninguna de ambas partes esta errada.

Es aquí cuando se desplaza la balanza al lado del más fuerte, o el que posea más poder, de aquel que imponga su criterio a la fuerza y tenga menos intención de detenerse a tratar de entender lo que el bando contrario posee como bandera. Esta ha sido nuestra historia y por ella hemos sufrido demasiado. En nuestros gobiernos ha faltado la continuidad de las buenas obras por la simpleza de despreciar las iniciativas emprendidas por aquellos que se le oponen. En nuestro ambiente laboral irrespetamos desmesuradamente a aquel que intenta impregnar los procesos con alguna innovación que no terminamos de entender. Nos apegamos a la ley del “quítate tú, para ponerme yo”. Estamos inmersos en una lucha incongruente.

En el año de 1993 el fotógrafo Kevin Carter viajó a Sudán, específicamente al poblado de Ayod, para hacer un reportaje acerca de la hambruna en ese país. Pronto tendría frente a sí una escena escalofriante, en la que un niño desnutrido y al borde de la muerte era acechado por un ave de rapiña. El instinto investigativo prevaleció por encima de la caridad y se dio a la tarea de fotografiar este único y desgarrador momento, esperando incluso veinte minutos a que el buitre abriera las alas para lograr que la fotografía fuera aún más dramática. El fotógrafo dejó de lado la posibilidad de ayudar a ese frágil ser humano que se encontraba al borde del precipicio. La historia a continuación es sabida por muchos: esta imagen fue merecedora del Premio Pulitzer. Sería lógico pensar que la gloria arropo desde este instante a Kevin Carter, sin embargo sus demonios no lo dejaron nunca de atormentar y pronto decidió quitarse la vida.



En la oscuridad de la noche, mientras abrazamos el insignificante trofeo de los triunfos estériles, los fantasmas de la conciencia revolotearán en nuestro espíritu y acrecentarán esa inquietud irracional que no nos permitirá disfrutar de los éxitos alcanzados a través del egoísmo. Es aquí cuando comienza una búsqueda al mejor estilo de Indiana Jones, para alcanzar nuestra paz espiritual. En la mayoría de los casos le achacamos la culpa de este descalabro emocional a la religión, afirmando que nunca conseguimos la “verdad” en la que fuimos bautizados de niños. Así que nos enrolamos en alguna de estas nuevas versiones del cristianismo donde nos prometen inyectar en nuestras venas el manual del “¿cómo conseguir a dios?”. ¡¡ ¿Conseguir a Dios? !!, si hay alguna afirmación más egocéntrica que ésta, háganmela saber, por favor. A Dios no se le puede conseguir porque él no se ha perdido, él esta y siempre ha estado a nuestro lado, sólo que muchas veces no lo queremos ver, cegados por nuestras ansias de poder y protagonismo en una vida extremadamente breve.

No utilicemos a Dios ni a la religión como un bálsamo para aquietar nuestros demonios y adormecer nuestro egoísmo. No existen formulas, de nada vale que encendamos velas, que gritemos salmos y brinquemos al son de alguna melodía entonada en un templo de piedra. Asumamos nuestras responsabilidades, ellas nos pertenecen y la única manera que existe para enmendar nuestras faltas es escarbando en el mismo terreno en el que fueron labradas, dando nuestro brazo a torcer y brindándole a cada cosa su valor y espacio. La primera acción que debemos tomar para alcanzar esta misiva es crear en nuestros corazones la convicción y la certeza del respeto y la humildad. Sentirnos parte de un todo, valorarnos a nosotros tanto como valoramos a nuestros semejantes. No culpemos a Dios de nuestras carencias, para eso él nos dio el libre albedrío. Es nuestra responsabilidad, es nuestra verdadera misión: construir un mundo para todos y por todos.

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