Hablemos de momentos embarazosos una vez más. En esta ocasión, de esos momentos en los que te sorprenden haciendo algo que te daría pudor mostrarle a esa persona o personas que han aparecido por arte de magia.
Ahí está (pensemos que es una sola), observándote con la boca abierta y quizás sufriendo vergüenza ajena por haber irrumpido en tu intimidad y haberte encontrado rascándote con total impudicia, bailando sin ropa en tu cuarto, hablando portugués a solas… o cualquier otra labor íntima que no te apetezca compartir con el recién aparecido.
¡Oh, cielos! ¿Y ahora qué?
Tienes varias opciones, dependiendo de la situación, de la persona que te ha sorprendido, de tu personalidad y de cómo te pille el cuerpo ese día.
Que el humor no falte…
Cambia de actividad en el acto. Si la persona te hace alguna pregunta sobre lo que acaba de presenciar, haz como si no hubiera pasado nada.
Haz como si ya supieras que iba a llegar en ese momento y querías ver la cara que ponía con la “sorpresa”.
¡Ríete! No es tan grave. De esta manera, además, invitas al recién llegado a tomárselo también con humor.
Disimula con sorprendente naturalidad, sacando un tema de conversación que desvíe la atención del espectador. (¡Ah, eres tú! ¿Has visto las cortinas nuevas que me he comprado?)
Algo clásico: Discúlpate brevemente, si sientes que has herido su sensibilidad, y sal de la habitación. Siempre puedes dar alguna explicación más tarde.
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No te lo tomes tan a la tremenda. Sea cual sea la situación, a buen seguro que a alguien le ha ocurrido antes que a ti. Todos pasamos por momentos embarazosos y la vida sigue.
Lo que ocurre es que a veces les damos una enorme importancia a estos sucesos cuando somos nosotros los protagonistas; mucha más importancia de la que otros les dan. A buen seguro que, quien te sorprendió se olvida del percance antes que tú. Muy catastrófico tiene que ser para no suceda así.