¿Cuántas veces dejamos de hacer algo por “miedo” a que no quede perfecto?
Partimos de unas expectativas determinadas. Algunas veces son cuantificables y objetivas, como cuando nos proponemos leer un par de libros cada mes. Ésas son las mejores. Otras veces, son muy subjetivas, como por ejemplo, tocar mejor un instrumento musical.
¿Qué ocurre si no alcanzamos los resultados que esperamos? Sí, eso mismo; que recibimos la Fatal visita de la palabra con “F” (Frustración o Fracaso). Y esa “F” no sólo echa por tierra todo el esfuerzo que hemos realizado para conseguir lo que hemos conseguido (por poco que nos parezca), sino que además nos frena a la hora de plantearnos otros objetivos.
¿Te suenan frases iguales o parecidas a éstas?:
- No, no bailo, porque soy arrítmico. Tropiezo hasta con mi sombra.
- ¿Cómo voy a hacer una paella, si ya me resulta difícil poner una cafetera?
- Me encantaría hablar francés, pero si ya estoy hecho un lío con el castellano…
- La última vez que me puse a dieta, quise perder diez kilos y perdí sólo dos. Tanto esfuerzo, ¿para qué?
- Pagué la cuota del gimnasio y sólo fui diez días en todo el mes.
- He abierto un blog y no le interesa ni a mi propia familia. ¡Bah! Lo dejo.
Un momento. Vamos a intentar poner algo de lógica en todo este asunto…
Primero. Los fracasos en experiencias anteriores no implican necesariamente el fracaso en experiencias posteriores. Si no, nadie se concedería ni a sí mismo ni a los demás una segunda oportunidad. Muchas veces hemos de fallar bastantes veces antes de conseguir nuestro objetivo.
Estamos de acuerdo en que hay ocasiones en las que con un fracaso basta para estar seguros de que no merece la pena un nuevo intento, pero… ¿es éste el caso?
Segundo. A veces fallamos por no ser precisos a la hora de plantearnos los objetivos. Por ejemplo:
- Queremos aprender a bailar. ¿Qué cosa? ¿Sevillanas, tango, salsa? ¿Nos basta con dar el pego en una discoteca o estamos pensando en el baile de competición?
- Cocinar. ¿Queremos dominar un repertorio de recetas similar al de Carlos Arguiñano (un cocinero famoso de España), o nos basta con preparar dos o tres platos para empezar?
- Hacer ejercicio. ¿Qué ejercicio, cómo, cuándo, cuántas veces a la semana?
Este paso es muy, muy importante. Si podemos expresar nuestro objetivo en números, tanto mejor.
Tercero. Hay que disfrutar en el proceso tanto como se pueda (si se puede).
Muy bien. Ya tenemos nuestro objetivo. Demos por hecho que nos hemos esforzado lo que hemos podido para lograrlo y aquí llegan los resultados. ¡Oh, qué gran decepción!
- No he aprendido todos los bailes del curso. Sólo el pasodoble y medio qué…
- No he perdido diez kilos en todo el año. Sólo dos.
- La paella me sale fatal, aunque he conseguido que no se me quemen las tostadas.
- No he aprendido francés, aunque si me soltaran en el centro de París podría pedir agua y comida.
¿En serio es decepcionante? ¿Acaso no has conseguido MÁS que si no lo hubieras intentado nunca? ¿Por qué no disfrutas lo que ya has conseguido? ¿Por qué no valoras si te has divertido con ello?
Las expectativas altas y la búsqueda de la perfección nos sabotean muchos momentos de felicidad. Hay que disfrutar con el proceso y con los resultados, por minúsculos que sean, aunque los demás nos miren por encima del hombro… Que lo hagan otros. Nosotros, no.
Prácticamente todo es susceptible de mejorarse. Quizás partir de la idea de que jamás conseguirás la perfección, puede liberarte.
Y tú, ¿dejas de ponerte objetivos por miedo a no hacer las cosas bien?
http://tusbuenosmomentos.com/2010/09/que-el-miedo-al-fracaso-no-nos-frene/