Cuestión de dignidad personal

La palabra “dignidad” no se usa demasiado en nuestro vocabulario cotidiano. Casi siempre nos acordamos de ella cuando observamos un abuso flagrante contra los derechos de una persona o colectivo. Quizás sea así al tratarse de una cualidad grande, pero, tan discreta, que llama más la atención cuando se pierde o nos la arrebatan.

Dignidad es el valor que posee una criatura por el mero hecho de estar viva; un derecho inalienable e intransferible; un principio irrenunciable; algo que merece la pena defender con todas nuestras fuerzas.

La dignidad es una luz interior que tenemos todos. No importan factores como la clase social, la inteligencia, la belleza o el nivel académico de una persona: La dignidad no tiene nada que ver con la utilidad social de uno, sino que está ligada a nuestra esencia.

Una persona protege su dignidad cuando se valora a sí misma por quién es, antes de por lo que hace, por lo que tiene o por quién le acompaña. Es una cuestión de respeto a sí misma. Y no le permite a nadie, si está en su mano, que apague esa luz interior. ¡A nadie! Ni a ella incluso.

Del respeto incondicional a la dignidad personal se alimenta la autoestima. Podemos no tener demasiada confianza en algunas de nuestras habilidades o quizás sentirnos inseguros por algún detalle de nuestra apariencia, pero llegar al punto de dudar de nuestro valor como individuos es algo demasiado grave.

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