Examinar el pasado puede ayudar a que veamos más claramente muchos de nuestros problemas, pero la sanación no se produce en el pasado, sino en el presente.
Hoy en día existe la manía de echar la culpa de nuestra desesperación a lo que nos sucedió en la niñez. Lo que el ego no quiere que veamos es que nuestro dolor no proviene del amor que no nos dieron en el pasado, sino del que nosotros mismos no nos damos en el presente.
La salvación se encuentra en el presente. En cada momento tenemos una ocasión de cambiar nuestro pasado y nuestro futuro, reprogramando el presente. Este punto de vista es blasfemo para el ego, que nos juzga ásperamente por adherirnos a él.
Aun si hemos aprendido de nuestros padres los caminos del desamor, perpetuar esas pautas negándoles hoy el amor no es la mejor manera de superar el problema.
No se llega a la luz investigando eternamente la oscuridad.
En cierto punto, la discusión siempre se vuelve circular.
El único camino hacia la luz consiste en entrar en ella.
«Pobre de mí, mis padres jamás me dijeron que era hermosa»: esta no es una idea que conduzca al milagro, sino que más bien mantiene el sentimiento de ser una víctima. En este caso, la actitud que llevaría al milagro sería decirse: «Mis padres nunca me dijeron que era hermosa. El valor que tiene saberlo es que ahora veo con más claridad por qué me cuesta tanto dejar que me lo digan, y entiendo por qué no me he acostumbrado a decírselo a los demás. Pero puedo habituarme ahora. La decisión de dar lo que yo no he recibido es siempre una opción asequible».
Extraído del libro "Volver a Amar" de un Curso de Milagros de Marianne Williamson .
un beso y una linda sonrisa