Cada día que pasa se nos escapa una oportunidad, quizás por rutina y tedio, o porque omitimos los pequeños detalles. Gastamos tiempo y energías preciosas en cosas que ni nos van ni nos convienen, pero que nos retienen o inmovilizan. Nuestra felicidad no halla su rumbo, sin embargo todo depende enteramente de nosotros; todo lo demás es colateral a nuestra forma de concebir la vida y de movernos por ella.
El mundo está cambiando, y casi no nos damos cuenta. Algo circula en el interior de las personas acercándolas, algo se difunde silencioso en el espacio. No dejan de nacer bebés con una energía especial; los niños preguntan receptivos y observan. Los jóvenes están muy inquietos, tienen ganas de hacer algo, por ellos y el mundo; ¡quieren crecer de verdad!
¿Pero cómo pueden crecer cuando nosotros hemos dejado de hacerlo?
Algo se teje en la vida para rescatarnos de la apatía. Hay un algo especial en la atmósfera. Una fuerza invisible y emocional que atraviesa todas las cosas, que se cuela sigilosamente en la vida de las personas, y de algún modo nos pone en contacto a unos con otros. Podemos notarlo en una mirada, en una sonrisa, en un pequeño gesto, en una película, en un libro, en una canción, e incluso en un anuncio de televisión. Esa energía extraña nos hace sentirnos participes silenciosos de algo que se está cocinando y que aún no alcanzamos a ver con claridad. ¿Será esa fuerza extraña eso que llamamos humanidad? ¿O será eso que llamamos conciencia? ¿Será que estamos a las puertas de un nuevo cambio en la vida terrestre?
El mundo cambia porque nosotros cambiamos, y porque la naturaleza se amolda. Son fuerzas cósmicas que se encuentran para que ocurra algo extraordinario. Los mensajes están en las piedras, en la brisa de la tarde, en las gotas de agua, en los ojos de los niños, en los besos de una madre, en las manos de un artesano. Todos somos mensajeros de ese mensaje porque somos observadores vinculados a la experiencia.
Para vivir con plenitud necesitamos de un ideal de armonía. El ideal es el Grial de nuestra fe, y nuestra fe es el valor y la fuerza de nuestras convicciones. Si educamos con valores, y en base a la armonía, resonamos; si lo hacemos en desarmonía ni siquiera vibraremos y menos aún sintonizaremos. Por eso la educación es en esencia la escuela donde se desarrolla el arte de la armonía a través de la enseñanza de valores inspirados en la vida.
El cambio es siempre necesario, porque representa el movimiento y el ciclo; el vacío y el vuelto a llenar. Todo proceso de cambio es catártico, y es también terapéutico y trascendental. Significa un salto cuántico en la propia evolución del ser, una identidad renovada que se reviste con la confianza y la voluntad de “ser”. Justo cuanto necesitamos para ser libres.
Cualquier cambio, si es transformador, conlleva una crisis curativa, pero también un despertar, un sincero encontrarse consigo mismo.
Las dificultades –todos lo sabemos- nos hacen más fuertes y conscientes, y la recompensa es siempre: “más saber, más hacer, más “ser”.
(Fuente: Círculo Holístico)