Es cierto que cualquiera pierde una batalla, pero el optimista nunca la pierde antes de echarla. Incluso, cuando ocurre lo peor, piensa que es mejor perder una vez que seguir perdiendo; entonces intenta, ante todo, prepararse para la próxima ocasión, en la que tratará de recuperar lo perdido o alcanzar lo propuesto.
En el extremo contrario están los pesimistas, a quienes cualquier objetivo, aunque sencillo, les resulta inalcanzable. Ellos mismos lo convierten en inalcanzable desde el instante en que se sienten incapaces de lograrlo.
Al ver el día oscuro, no proceden ni hacen el esfuerzo, sin imaginar que el triunfo puede estar a la vuelta de la esquina, pero no vendrá nunca a nosotros, se impone ir en pos de él.
No pocas veces los infortunios conspiran contra el ánimo y llegan hasta lograr que perdamos las esperanzas. Para crecer ante el abatimiento, es importante considerar que nadie tiene un problema que no haya sido antes de otro y resuelto por otro.
Hay que partir siempre de la idea de que lo resolveremos, no importa si en ese momento desconocemos cómo o cuándo. Lo importante es estar convencido de que existe una salida y la encontraremos.
Hay dos grandes verdades, la primera: el hombre se derrumba muy fácilmente; la segunda: precisa de muy poco para enderezarse y proseguir, basta la voluntad y el deseo.
En infinidad de ejemplos, la diferencia entre un triunfador y un perdedor radica en que el primero se levantó una vez más que el segundo y lo hizo por creer que su aspiración aún podía convertirse en un hecho
La garantía está en dar la espalda a la sombra y volver el rostro a la luz, siempre a la luz. He aquí la premisa del OPTIMISMO.
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