A menudo circulamos por la vida, entablando vínculos de pareja y amistad que terminan siendo poco beneficiosos. Por supuesto que en el momento de vincularnos, estamos sumamente atraídos por la persona en cuestión. A veces, un amigo nos puede sugerir que observemos y seamos más cuidadosos con nuestra persona. Sin embargo miles de personas eligen relacionarse toxicamente con otras personas, sea familiares, amigos, socios comerciales o parejas. Por ello, a menudo, estas personas se quejan amargamente que viven vínculos donde predomina la descalificación, manipulación, maltratos, mentiras e infidelidades, entre otras cosas. ¿Por casualidad te ha sucedido alguna vez esto? ¿Identificas una situación así en alguna de las áreas de tu vida?
El Baal Shem Tov, un sabio iluminado judío decía: “Somos como la tierra que precisa ser regada con agua”. Esta bella frase jasídica encierra un mensaje muy profundo. Todos somos como la tierra y por ende, precisamos ser cuidadosos con los nutrientes que recibimos para crecer y no secarnos. Muchas veces elegimos regarnos con cosas que nos hacen mal, nos destruyen y terminan resultándonos de poca utilidad. Todos somos jardineros de nuestra propia tierra. Sin embargo muchas veces escogemos regarnos con alguna adicción, vínculos tóxicos, sedentarismo, alimentación inadecuada, entre otras cosas.
¿Estás atento a la clase de agua con que riegas tu vida a diario?
Es importante revisar como y con que regamos nuestra tierra. Es necesario chequear que nos hace bien y que nos hace mal. Investigar que nos nutre y que nos vuelve áridos y secos como una tierra inhóspita. A veces insistimos en creer que no necesitamos de la opinión o mirada de otro. Que solo nuestra forma de pensar es la mejor y más adecuada. Ello puede conducirnos a un estado de omnipotencia y soberbia muy fuerte y perjudicial para nuestro crecimiento.
Existe un antiguo cuento que ilustra los resultados de empeñarnos en regar nuestra vida como suponemos, en vez de escuchar al otro:
Un día, cuando Dios todavía vivía en la tierra, un viejo campesino, inconforme con las lluvias y los rayos que asolaban las plantaciones, generando falta de comida y mucha hambre en el mundo, fue a Él y dijo:
- Oye, tú puedes hasta ser Dios y haber creado este mundo, pero no eres un campesino y no sabes bien el a, b, c de la agricultura. Tú tienes mucho que aprender...
Dios curioso preguntó:
- ¿Ah sí?..., ¿Y qué es lo que tu me sugieres?
El campesino respondió:
- Dame un año y, durante ese período, permite que las cosas sucedan a mi manera. Tú vas a ver: ¡No habrá más pobreza!
Dios concordó. Naturalmente, el campesino pedía apenas lo mejor: nada de truenos, de vientos fuertes, ningún peligro para la cosecha. Cuando quería sol, había sol, cuando quería lluvia, había lluvia, cuanto el quisiese. En aquel año, todo estaba sucediendo de la mejor manera posible, y el trigo crecía que daba gusto.
El campesino regresó hasta Dios y dijo:
- ¿Has visto eso? Esta vez la cosecha será tan buena que por diez años, mismo que las personas no trabajen, habrá comida suficiente.
Pero, cuando vino la época de colecta, el campesino percibió que no había granos. Decepcionado, preguntó a Dios:
- ¿Qué pudo haber salido errado?
Dios respondió:
- Mira, por no haber desafíos, ya que tú evitaste todo lo malo, el trigo permaneció impotente. Las tempestades, los truenos y los rayos son necesarios. ¡Ellos agitan el alma dentro del trigo!
Eres jardinero de tu vida. Es importante cuidar la calidad de agua con la que riegas tu propia tierra. Agua contaminada contribuye a secar tu ser. ¿Qué clase de nutrientes eliges para que tu tierra de sus frutos?
Lic. Pablo Nachtigall