Sirve para encerrar secretos, ocultar odio o rabia, encontrarnos con nosotros mismos, escuchar mejor al otro... y no podemos prescindir de él.
El silencio es necesario tanto para escuchar al otro como a nosotros mismos. Hay épocas en las que la rutina nos obliga a vivir excesivamente hacia afuera a causa del trabajo, los hijos, la pareja... Pero de vez en cuando necesitamos estar a solas para conectar con nosotros mismos y detenernos a pensar cómo nos sentimos. El silencio es, en algunas ocasiones, una reacción emocional ante algo difícil de decir. Lo necesitamos para encontrarnos con una nueva traducción de nuestro mundo interno. El ruido, el hablar para no decir nada, hace imposible que entre en nuestra vida el sosiego y el amor. Hay silencios buscados y otros impuestos. Pero en todos los casos se relacionan con la emoción, ya sea para acallarla o para señalar la dificultad de nombrarla. Hay momentos en los que se imponen porque los sentimientos son demasiado intensos como para que las palabras los contengan. Entonces aparecen las lágrimas, la risa o la rabia.
Nombrar y conocer
El silencio oculta lo que es difícil de nombrar. Tiene la connotación de la emoción que esconde. Los hay agresivos, como los que disfrazan la rabia o el odio, y afectuosos, pues esperan al otro, lo escuchan y quieren oír lo que tiene que decir. No solo las palabras nos ayudan a comunicarnos, estar callado también lo hace. Lo que decimos nombra lo que sentimos, controla y limita nuestros sentimientos y se pronuncia sobre un fondo de silencio necesario que, paradójicamente, desde el principio de nuestra vida está lleno de sonido como el corazón de nuestra madre o las voces de quienes nos rodean.
Todos los silencios hablan y sería bueno escucharlos. Algunos muestran una dificultad de poner palabras a lo que se siente o a las ideas que se tienen en relación al otro. ¿Qué sientes cuando se hace un silencio si estás hablando con alguien? ¿Te molesta? ¿Qué te pasa cuando alguien que tú desearías que te hable no lo hace? Esas pausas tienen el valor del sentimiento que las habita. Se puede callar para no dañar a un ser querido, para buscar las palabras que más le alivien. Pero también nos podemos negar a hablar por rencor, para mostrar que no queremos compartir nada con él, ni siquiera una palabra. O también para desconcertar a nuestro interlocutor porque de ese modo ignora lo que pensamos y, ante nuestro silencio, se vuelve impotente.
Con todo, el peor de los silencios es el interior, que provoca sentimiento de vacío y desazón, y se produce porque lo que se siente se reprime. En ese momento, para no sentirnos invadidos por ideas y afectos negativos, que bajarían la autoestima, silenciamos la mente y sentimos el mundo interno deshabitado de vivencias que pondrían sonido a nuestra vida.
Las claves
Los silencios pueden estar promovidos por todo tipo de afectos. Podemos encontrarnos con:
Silencios para reflexionar, necesarios para mirar hacia nuestro mundo interno, para cuidarnos y protegernos.
Agresivos: aquellos que se producen para guardar la rabia que se siente hacía otro.
Amorosos: provocados por las ganas de escuchar al otro y hacerle protagonista de lo que dice.
Silencio de acontecimientos emocionales que han causado dolor, ya sean reales o imaginados.
Secretos familiares sobre sucesos que resultan vergonzosos. El silencio acerca de ellos suele enfermar a algún miembro de la familia. En una psicoterapia se pone palabras a los sucesos y fantasías que, si bien están reprimidos, provocan desde el inconsciente síntomas que hacen sufrir.
Las palabras, pulsión de muerte
Se llama así a la tendencia que busca la reducción completa de los conflictos inherentes a la vida. Las personas que la padecen buscan la anulación de estas pulsiones y para ello se ponen en riesgo, dirigiéndolas primero hacia ellas mismas y, más tarde, hacia el exterior, en forma de sadismo o agresión. Los motivos que llevaron a Freud a desarrollar esta teoría que opera desde le silencio fueron:
La importancia que iban adquiriendo en la experiencia clínica aspectos como la agresividad, el sadismo y el masoquismo.
La constatación de la existencia de lo que englobó bajo el nombre de "compulsión a la repetición". Esto significa que en algunas personas existe una compulsión a repetir lo que les hace daño tanto a ellos como a los demás. En muchas vidas vemos cómo se manifiesta esta tendencia a la destrucción. En realidad, todos somos capaces de dañar a otros o de lesionarnos a nosotros mismos.
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