Una característica de las sociedades modernas es la convivencia de la variedad con la uniformidad. Muchas personas leen los mismos libros y siguen las modas, y otros, se distinguen con maneras de comportarse distintas y novedosas ¿Cómo congeniar esta aparente contradicción?
La uniformidad y la diversidad, parecen ser tendencias francamente contradictorias, fuerzas opuestas que deben aprender a congeniar, pues vivir en sociedad implica compartir un mismo sistema de leyes y valores más o menos similares. De hecho, una definición de comunicación, señala que comunicarse, es la capacidad de intercambiar percepciones en un “lenguaje común”. En ausencia, de ese lenguaje común, el proceso mismo de relacionarse, resultaría irrealizable.
De manera que podemos convenir, que existe un grado deseable de uniformidad, que permite a las personas comunicarse, afiliarse y emprender proyectos de interés común. En la familia, se busca criar a los hijos en torno a maneras de pensar y actuar similar a la de sus padres, y se les enseñan modos de interacción social que les aseguren la aceptación y la aprobación de los pares.
Todos saben que entre adolescentes, no parecerse al grupo es una condena directa al desprecio, al rechazo e incluso a la agresión. Nada diferente ocurre en la política, y especialmente en tiempos de radicalismos, lo diferente resulta amenazante y ya es frecuente que se persiga a quienes disienten de las ideas predominantes. Idéntico destino ha correspondido a numerosos religiosos a lo largo de la historia, y son conocidos incontables episodios de persecuciones y asesinatos, padecidos por quienes se atrevieron a profesar otros credos.
En la psicología y en la psiquiatría, se usa la uniformidad como un criterio para definir lo normal, y se percibe a quienes se separan demasiado de la norma o del promedio, como raros, extravagantes, anormales, disfuncionales, enfermos o peligrosos. De nuevo lo uniforme se asume como el parámetro de aceptación. Según Buda, a todos, sin excepción, nos iguala el sufrimiento, especialmente expresados en la vejez, la enfermedad y la muerte.
Desde esta visión, innovadores, rebeldes, pioneros y creadores, esos que buscan su verdad adentro, aman el cambio y se arriesgan a derribar muros culturales y a desafiar reglas, reciben cuando menos, la sanción de la sospecha o del repudio.
Paradójicamente, sin embargo, los proceso de crianza y socialización impulsan a las personas a desarrollar su individualidad. Decimos a los varones como diferenciarse de las hembras, creamos clasificaciones diferenciadoras para todo y decimos que un niño no es un adolescente, que un adolescente no es un adulto y que un adulto no es un anciano.
Hay razas y culturas diversas, se hablan más de 6.000 lenguas y se acepta que los rasgos que mejor definen a la naturaleza son la diversidad y el cambio. Es decir, todo lo contrario de la uniformidad. Se acepta, además, que como ente biopsicosocial, ninguna persona es igual a otra: cada individuo pese a estar relacionado con muchos otros, no tiene sus mismas huellas digitales ni tomas sus mismas decisiones. Son aves el colibrí y el cóndor, pero nadie sensato se atrevería a compararlas, pues el colibrí aletea hasta 90 veces por segundo, pero no puede ascender tres mil metros como el cóndor.
En cuanto a los valores en la educación, optamos por enseñar el respeto, que en mi definición, es “la capacidad de permitir a los demás son lo que son, siempre que sus derechos y comportamientos no avasallen ni limiten los nuestros”. Respetar es, pues, valorar las diferencias.
Es un hecho, que aunque las personas tienen preferencia por aquellos que se les parecen y que pueden predecir, también sienten atracción y curiosidad por algunos diferentes.
Visto así, resulta importante para un buen vivir, comprender esta compleja trama de variedad y uniformidad conviviendo juntas de manera dialéctica. Y en cuanto a cómo proceder con los demás, sugiero tolerancia por lo distinto, empatía y comprensión por lo novedoso, lo creativo lo original, lo individual. ¿No es acaso su irrepetibilidad lo que hace valioso un talento? Si todos pintaran como Da Vinci o compusieran como Mozart y tuvieran la inventiva de Edison, no serían ellos héroes inmortales de nuestra cultura universal.
Entendamos de una vez, es lo que sugiero, que lo diferente no es malo por ser diferente y que en ocasiones el mejor favor que puede hacerle un ser humano al planeta, es pensar de manera original. De no ser así, no adoraríamos a Jesús ni disfrutaríamos de las computadoras. La tolerancia como valor, y la creatividad como práctica, pueden conducirnos a mejores destinos. Aceptemos la existencia de todos los colores y disfrutemos pues de la magia de un arcoíris.
http://www.gestiopolis.com/organizacion-talento-2/el-respeto-por-las-diferencias.htm