Se habla mucho de la “autoestima” y de querernos a nosotros mismos antes que a los demás. Pero el problema consiste en que cuando nuestro amor propio es muy fuerte, nuestro corazón ya no tiene espacio para querer a nadie más.
El amor propio es un afecto sumamente delicado; pudiéramos compararlo con una medicina para una enfermedad seria, o bien, con una operación quirúrgica delicada. Si la medicina la tomamos de más, resultará peor el remedio que la enfermedad; y si el cirujano retira de más el tejido sano y no se limita a quitar la parte dañada, el paciente podría entrar en serios problemas.
El amor a nosotros mismos cuando sobrepasa el mínimo conveniente, pretende dejar de ver la gran cantidad de defectos y de miserias humanas que padecemos. Pero por más amor que nos tengamos, como se trata de un vano y superfluo amor a nosotros mismos, nos resulta imposible dejar de ver nuestras miserias.
El filósofo y científico francés Blas Pascal sobre este aspecto escribió: el que se ama a sí mismo “quiere ser grande y se ve pequeño; quiere ser feliz y se contempla miserable; quiere ser perfecto y se ve lleno de imperfecciones; quiere ser objeto del amor y de la estima de los hombres, pero ve que sus propios defectos no inspiran sino menosprecio y aversión. Este embarazo en que se encuentra produce en él la más estúpida y criminal pasión que sea posible imaginar; porque concibe un odio mortal contra esta verdad que vuelve a empuñarle y le convence de sus defectos”.
Por más que crea una persona que se “ama mucho a sí misma”, primero, no por ello deja de padecer una serie de defectos y miserias humanas; y segundo, al darse cuenta de ello, y siendo su vanidad tan grande, tratará a toda costa de disimular sus defectos tanto hacia los demás como a sí mismo. En este constante esfuerzo por tratar de engañar a los demás y por engañarse a sí mismo, nada le resulta más insultante que cuando otro le echa en cara alguno de sus defectos; y nada le resulta más humillante que el saber en su fuero interno, que padece de grandes defectos aún y cuando otros no se los noten.
No todas las personas padecen de la misma gravedad de defectos. Hay quienes cuyos defectos son medianos y ligeros, y hay otros cuyos defectos llegan a lo monstruoso: criminales perversos, traidores, usureros, violadores.
De por sí, padecer defectos es en sí una miseria, miseria de la que ningún ser humano se salva, pero es cierto también que personas con defectos ligeros o medianos compensan sus deficiencias con enormes virtudes; y esto es el ser humano: una mezcla de defectos y virtudes que en la inmensa mayoría de las personas es una mezcla bastante equilibrada que se compone de defectos ligeros y virtudes pequeñas o grandes; defectos medianos con grandes virtudes. La mezcla que resulta siempre abominable y repulsiva es aquel porcentaje mínimo de personas cuyos defectos son bestiales: criminalidad malvada, amoralidad, conductas perversas de todo tipo y prácticamente ninguna virtud.
He observado que es una verdadera patraña hacer de la autoestima y del amor propio un objetivo central en la vida de cualquier persona. Primeramente, nadie podrá gozar de una equilibrada autoestima por el hecho de proponérselo. La autoestima es un resultado, una sana apreciación de nosotros mismos con base en nuestras buenas y eficaces conductas; y el amor a nosotros mismos siempre caerá en la soberbia, sentimiento que revela que ese “amor a nosotros mismos” es falso, pues en el terreno del amor a nosotros es imposible que se dé si previamente no se da una seria consideración a los demás, un amor auténtico hacia nuestros hijos y seres más cercanos y queridos.
El sano “amor a nosotros mismos” nace de la abundancia de amor a la vida, y de un profundo agradecimiento por tantas personas que nos han ayudado. El perseguir la autoestima y el amor propio es como querer alcanzar nuestra propia sombra: una tarea imposible e inútil.
La idea de la autoestima y del amor propio no ocupó la atención de los más relevantes pensadores de la Grecia Clásica. Ya desde Homero con su Ilíada, escrita 700 años antes de Cristo, los grandes héroes jamás se ocupaban de cómo incrementar su autoestima y su amor propio.
Estos héroes luchaban por su patria, por la dignidad y el honor que podían ofrendar a sus antepasados. La valentía, el esfuerzo, el morir por una causa justa, el amor a sus padres constituían valores fundamentales para ellos.
La autoestima y el amor propio ni siquiera se lo planteaban. Y lo mismo ha sucedido con los grandes hombres de la ciencia, del arte, y de las letras, a través de la humanidad. Estos hombres están vinculados entre sí, no obstante la distancia del tiempo y la lejanía de las zonas geográficas.
Están vinculados por lo “digno”. Y lo digno no entiende de acrecentamientos de las egolatrías y vanidades personales. Los que van tras la autoestima y el amor propio están constituidos de barro, aun cuando éste tenga una firme consistencia y esté recubierto artísticamente. Pero no deja de ser barro. Los “dignos” están esculpidos con la dignidad del mármol.
Afanémonos por perseguir objetivos valiosos y por servir a otros y a la comunidad. Esta noble entrega nos anegará de una autosatisfacción perdurable.
Jacinto Faya Viesca