Estás parado en medio de la calle, sentado en un balcón o dónde quieras, de pronto volteas al cielo, no es un día especial o fuera de cualquier otro, tal vez llovió o ha hecho un viento tremendo que ha dejado los aires limpios y el azul como el mar. Nubes coloreadas por el atardecer.
Escoge el escenario que quieras. Tal vez estés mirando una obra de arte o leyendo un libro. No importa qué estés haciendo en algún momento de nuestra vida hemos experimentado felicidad, paz, estar contento. El fin del humano es ser feliz, hacemos todo para alcanzar esa felicidad tan anhelada, estudiamos, cumplimos, compramos, llenamos expectativas como también nos las satisfacen a nosotros, todo y hasta lo inimaginable con tal de ser felices.
Muchos, hasta puedo decir que todas las personas que conozco hemos experimentado un momento de satisfacción en el que no nos cambiaríamos por nadie en el mundo, sin embargo tan rápido llega como tan rápido se va.
Cuando hacemos consciente que la felicidad no está afuera sino dentro de nuestro corazón, esos momentos de felicidad ya no se vuelven efímeros u ocasionales sino que, por decirlo de alguna manera tenemos en nuestras manos el poder de decidir experimentarlos o no. No me refiero a vivir en una felicidad maniaca y permanente, al final somos seres humanos comunes y corrientes, incluso los más iluminados, y de no dejarnos afectar de vez en cuando o cada rato por cosas externas, más valdría llamarnos robots.
No somos robots pero sí podemos aprender a no dejar la felicidad en manos de las personas o circunstancias ajenas a nosotros en las que no tenemos ningún control. Sí podemos identificar cómo nos sentimos ante cualquier situación buena o mala y aprender a partir de ella y en caso de que no haya sido una experiencia afortunada, que la próxima vez que suceda no dejar que nos afecte tanto.
Una manera de no depositar nuestro contento en manos ajenas es a través de la meditación. Muchas personas creen (y me incluyo) que la meditación es de buenas a primeras poner la mente en blanco y elevarse del piso en cuanto se cierran los ojos. No es así. La meditación nos permite iniciar un diálogo con nosotros mismos, apagar el exterior para escuchar nuestro corazón.
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