El 6 de agosto de 1945, cuando estaba a punto de terminar la Segunda Guerra Mundial, una bomba de uranio llamada “Little Boy” fue lanzada por el mítico avión Enola Gay sobre Hiroshima (Japón) y causó más de 100.000 muertes, además de destruir la ciudad. Explotó a 590 metros de altura, liberando una energía equivalente a 13 kilotones (13.000 toneladas) de TNT. Tres días después se dejó caer sobre Nagasaki una bomba de plutonio llamada “Fat Man”, con resultados comparables. Ambas órdenes las dio Harry Truman, presidente de Estados Unidos.
Previamente, la primera bomba atómica había sido ensayada en el desierto, en Nuevo México, el 16 de julio. El calor generado por la explosión vaporizó la torre de acero de 30 metros de altura sobre la cual se había colocado la bomba y fundió la arena de varias hectáreas alrededor de ella.
En los siguientes años, la destrucción de ambas ciudades quedó asociada con las imágenes de edificios arrasados y llanuras llenas de escombros. Pero, ¿dónde estaban las víctimas? A principios de 1946, las autoridades estadounidenses habían ordenado la destrucción de centenares de fotografías y prohibido la difusión de cualquier testimonio de la masacre. Se prohibió a la población japonesa cualquier comentario sobre los bombardeos o las informaciones que pudieran “alterar la tranquilidad pública”.
Con los años, salieron a la luz algunos de los documentos clasificados como “alto secreto”, pero Hiroshima y Nagasaki siguieron quedando como un terrible dato en la enciclopedia; a diferencia de lo que sucediera con otras infaustas masacres - las pilas de cadáveres de Mauthausen o los gaseados en el Kurdistán -, en Hiroshima y Nagasaki no quedó imagen ni conciencia del horror, solo unos centenares de miles de víctimas sin nombre, convertidas en una cifra escalofriante a la que nadie ponía cara.
Uno de los muchos relojes encontrados en los alrededores de Hiroshima; todos permanecen parados a la misma fatídica hora, las 8,15 h., la hora exacta de la explosión
En otros lugares, como en esta pared, la explosión imprimió las siluetas de algunas personas, cuyos cuerpos fueron pulverizados de forma instantánea.
EL PEOR PECADO QUE COMETE EL HOMBRE ES LA GUERRA