Una dama de noble familia se casó con un adinerado caballero que había hecho fortuna en la America, aunque dicen que ella no lo amaba, y que en secreto su corazón ardía por un joven del pueblo que no era de tan alta posición como para poder siquiera pretenderla.
De esta manera, la desdichada dama se consumía a causa de su amor clandestino, y de una poco afortunada vida matrimonial, ya que su esposo viajaba frecuentemente a America y la dejaba sola; incluso de él se dijo que poseía varias amantes.
Según cuentan, la dama nunca concibió hijo alguno de su esposo, ni tampoco del amante que tenía (que falleció ahogado en el mar), así que poco a poco, se fue marchitando en soledad, hasta que quedó por fin viuda.
Sola y ya con una avanzada edad, le dio por añorar los hijos que nunca había tenido, así que se aficionó a coleccionar muñecas de porcelana de la época. Según el relato del cura, la pobre mujer acabó por perder el juicio en sus anhelos por tener un hijo que ya nadie podía darle, ni ella misma podía concebir. Así que, en su locura, escogió a la muñeca más perfecta de las que poseía, y la bautizó según sus creencias cristianas.
De este modo, un alma inocente descendió de los cielos, y no encontró cuerpo mortal donde alojarse, así que quedó presa en la muñeca.
Dicen que la anciana dama falleció presa de unas fiebres y con delirios y su casa pasó a manos de su parentela. Pero nadie pudo acomodarse en ella, al parecer los llantos de una niña no cesaban de oírse todas las noches en todas las estancias de la casa.
Estos llantos se convertían en agresiones fantasmales si había niños en la casa. Nadie había conseguido pues establecerse en la casa en muchas generaciones, así que poco a poco, la lujosa mansión quedó en ruinas. Pero aún entre ellas, habitaba el espíritu de la niña.
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